sábado, 8 de mayo de 2021

ENCOMIO AL DIVINO MARQUÉS


ENCOMIO AL DIVINO MARQUÉS

 

José Alfredo Ortiz Madrigal

 

Compleja y contradictoria es la manera en que el ser humano, desde las épocas más remotas hasta la actualidad, enfrenta y comprende los fundamentos de sus actos. Tiende a la valoración positiva de unos por sobre la valoración negativa de otros; conforma una escala axiológica donde todas y cada una de sus acciones son valoradas de acuerdo a la conveniencia o no con las normas morales que se adecuan a tal sistema axiológico. Así, ningún acto humano es libre en el sentido de no obedecer a pautas determinadas por la moral: es inocuo o nocivo; no por el acto en sí mismo sino por el valor que se le concede en una moral determinada.

          Tal dicotomía valorativa del acto moral pone en crisis la conciencia del individuo, ya que lo permitido y fomentado socialmente es aquello que se somete a las normas que lo valoran mientras que lo prohibido y obstaculizado es lo que violenta o va más allá de esas reglas. Sin embargo, las pulsiones y voliciones particulares inclinan al individuo, con mucha mayor fuerza, a lo prohibido y negado, generando la condición vital de una doble moral que s e manifiesta en una vida también doble: la vida pública obedece la norma, la vida privada tiende a romperla. Moralidad e inmoralidad son los ámbitos de acción del hombre social.

          Aprendemos a ocultar nuestros deseos prohibidos, a vivir en la clandestinidad nuestras pulsiones más íntimas; y cuando se nos descubre o las manifestamos públicamente se nos llama pervertidos, inmorales, libertinos. Epítetos estos que señalan una condición negativa y maliciosa que estigmatiza a quien se le atribuyen convirtiéndolo en un proscrito, en un maldecido. Sin embargo, muy en el fondo del alma, la maldita conducta del pervertido es algo que el hombre desea pero que no se atreve a realizar: “en el corazón de todo hombre dormita un cerdo”.

          Atreverse. Atreverse a romper con los parámetros de condicionamiento moral, a dejar que los deseos e impulsos individuales emerjan y, sobre todo, puedan ser realizados. El atrevimiento es un salto transgresor que pocos se atreven a dar por no ponerse en peligro y perder el status y el confort propios del moralista. Quien se atreve sufre una doble condena (moral y social) que genera en los otros reacciones de asco, desprecio y, más genuinamente, de admiración. El que se atreve es el antihéroe, el modelo de la aberración que todos deseamos, el que hace lo que todos queremos hacer pero no nos atrevemos. El antihéroe es una proyección de los más íntimos y oscuros deseos.

          No hay mayor figura del antihéroe que la del Divino Marqués. Vituperado por los puristas y exaltado por los renegados, el Divino Marqués se ha convertido en una figura que sobrepasa al hombre y a su época; reconocido como autor pornográfico, ligado al erotismo y a la perversión que emanan de sus obras es, al mismo tiempo negado como filósofo serio ya que su leyenda se ha forjado a partir de la incomprensión y malinterpretación de su pensamiento, producto esto de la publicación ad nauseam de los textos que muestran sólo las facetas sexuales y mutilan en la edición la parte reflexiva y filosófica. Se desconoce al hombre que ha sufrido persecuciones y sometimientos; pero nosotros dediquemos unas palabras para reconocer a Donatien, el hombre, el autor, el filósofo, el torturado por su propia existencia.

          De cuna aristocrática, el destino le depara a este hombre una de las infaustas vidas, ya que desde siempre se ve enfrentado con las figuras autoritarias que representan lo más execrable de la sociedad francesa de su época. Perseguido y condenado por su propia clase social, pasa la mayor parte de su vida encerrado en diversas prisiones y, al final, en un manicomio, donde es recluido (¡nueva condena!) por el gobierno revolucionario que emancipa al pueblo francés del yugo de la monarquía, la iglesia y la aristocracia. Si, el autor de los más memorables pasajes de orgiástica perversión, de desenfreno sexual y exacerbación de la conducta libertina escribe sobre esto en la oscura soledad de las celdas.

          ¿Capacidad imaginativa?, ¿frenesí parafílico desbordado en narraciones inventadas?, ¿creación de un espíritu descompuesto cual máquina con fallas de fábrica? Muy por el contrario. Los desvaríos sexuales del Divino Marqués son producto de una clara visión de la corrompida moral de su época y de una reflexión profunda sobre los vicios y las virtudes humanas frente a los principios de las pulsiones naturales.

          Siguiendo a los filósofos naturalistas, nuestro autor concibe al hombre como un ser cuyos actos, en principio, no son ni buenos ni malos, sino que son formas de la necesidad natural que ve sacrificados sus placeres, pasiones e impulsos por obra de las relaciones sociales. Estas pretenden nulificar y mediar estos impulsos y deseos a través de la imposición de los valores morales que los convierten en vicio, por oposición a la virtud artificiosa y generada para inmolar los deseos particulares al interés común, a la idea de lo bueno aceptada dentro de la moral.

          La naturaleza humana, apunta entre acciones de coito y sodomía, atenta contra la Naturaleza en cuanto pretende someter a su dominio las pasiones más elementales del animal despojándolo de su estado de desnudez y vistiéndolo con los ropajes del consenso, el engaño y la mutilación. Pero Natura es superior a naturaleza y se manifiesta en el hombre evidenciando y sacando a flote estas pasiones y deseos por encima de las fuerzas implacables de la moral. Así, cuando, emergen, lo hacen con la fuerza descomunal de los principios de la Naturaleza: potentes, devastadores de la razón, brutales, carentes de toda noción de bien o mal que, vistos desde las formas de la moral social, destruyen toda forma de pacto consenso, nulifican las “virtudes” y lo que se considera como “vicio” se impone en esos momentos sublimes. El pervertido quema sus inciensos en los altares de Afrodita y Ganimedes exaltando los placeres que la naturaleza otorga en su cuerpo.

          Para la Naturaleza no hay desgracias ni crímenes, no existen diferencias cualitativas ni distintivas. El bien no es el bien, el mal no es el mal: todos los dualismos son sólo la forma en que la naturaleza actúa y se conserva a sí misma. Lo bueno y lo malo son tan necesarios como la vida y la muerte.  El único objeto de la naturaleza es la creación en el placer de destruir; cuando el hombre destruye, da rienda suelta a todos los instintos criminales que la naturaleza ha puesto en él, es un ser natural, sigue sus fines; la virtud y la moral son antinaturales porque pretenden nulificar estos impulsos en el hombre. La destrucción y la corrupción humanas siguen las leyes de la naturaleza. Aquel que se abandona con frenesí a los impulsos de la naturaleza obtendrá el mayor placer, será el más feliz.

          Para el Divino Marqués, donde se muestra de manera más aguda la fuerza de la Naturaleza es el cuerpo, este es el principio del placer como acto natural. La manifestación más pura del placer corporal es la actividad sexual; es en los actos sexuales donde el hombre se despoja de las más preclaras normas morales y deja correr, al cobijo de la pasión, sus más profundos deseos. En el sexo, no hay ya individuo social que actué de acuerdo al consenso, sino que se hace presente la bestia natural que actúa conforme a sus más primigenios impulsos carentes de cualquier forma de valoración moral. La búsqueda del placer es el objetivo de la vida humana: no importa a costa de que o de quien.

          El estudio que hace el Divino Marqués del alma humana lleva, a quien puede hurgar más allá de las imágenes de sodomía, penetraciones orgiásticas, herejías, mutilaciones, violaciones, actos de pederastia y un largo camino a través de 120 jornadas en Sodoma, a encontrar que es tan compleja y desconocida en sus principios cualitativos debido a la manera en que ella misma es “conformada” por las costumbres, normas y precepto sociales que le son ajenos, pero que se le imponen como propios.

          Es así que, a fuerza de concedernos un momento de reflexión seria sobre la verdadera obra del Divino Marqués, podremos llegar a comprender lo que se muestra oculto bajo la figura del libertino Dolmancé o la de la pervertida Juliette. A través de ellos, y de otros personajes paradigmáticos de la sociedad, nos muestra una realidad oculta y desenmascara nuestra propia persona haciendo que nos reconozcamos en alguna de las múltiples “perversiones” que nos presenta a partir de imágenes devastadoras y contundentes, que nos echan en cara la falsedad de nuestras maneras de concebir los valores de nuestros actos y que el dechado de virtudes con el que nos presentamos al mundo no es más que un ramillete de flores muertas con olor a sexo.

          El Divino Marqués es un héroe sin rostro, es un antihéroe de millones de rostros, los que se materializan cada vez que cada uno de nosotros ve y analiza su alma sin las trabas de la moral y llega a encontrar en el fondo último su esencia natural, su cerdo dormitando, que despierta y se convierte en fiera atroz que rompe con el mundo y la convención para quitarse la piel y dejar salir la oscuridad vacía. Ese es el verdadero rostro que nos desvela nuestro amigo, un rostro borrado, un no-yo que quiere ser en el placer y quiere ser olvido en la moral convencional.

 

Epilogo

“Imperioso, colérico, impulsivo, exagerado en todo, con un desorden en la imaginación, en lo que atañe a las costumbres, como no hubo semejante; ateo hasta el fanatismo, heme aquí en dos palabras, y algo más todavía: matadme o aceptadme tal cual soy, pues no cambiare.”                                                                                                                                           D.A.F.

 

 

 

 

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