EMANACIÓN
NEKROMANTIK
Nada… Silencio… Oscuridad… En el seno
mismo de la muerte las almas de todas las cosas se acurrucan confundidas,
perdidas unas en las otras, las otras que no son otras porque no hay otras,
sólo hay el caos, la unión eterna en la no-existencia, el Vacío que es el Todo.
La muerte no es fin, ni principio, antecede cualquier determinación del ser,
pues “ser” sólo puede generarse desde su “no-ser”, desde su ausencia, en un
devenir sagrado. Ahí en la muerte lo invisible es la esencia, lo inaudible es
el mensaje; el Dios Oculto de la Muerte es un andrógino terrorífico que se
autofecunda para ser él mismo en la soledad más magnifica y sublime. En el vacío de la soledad todo se completa, es
perfección que supraexiste ajena al tiempo y al espacio, ajena a las
limitaciones de las particularidades que se definen a partir de diferencias que
no son reales. La verdadera realidad se encuentra en la oquedad más profunda de
las orbitas oculares de un cráneo, en el éter primordial que llena ese hueco y
conjuga en las sombras internas el infinito Todo en todo (όλα σε όλους).
Dios-Muerte-Padre-Madre
primigenia esencia
flotando en sí misma
asistiendo a su propio parto
a sus propios funerales
sin compañía
sin necesidad
es la Unidad más allá de la unidad
es algo más que sí mismo
pues él mismo es superado por él mismo
sin nombre
invisible e inasible
no pensado ni escuchado
muerte como sangre que recorre todos los
caminos
todos los senderos que no se han
recorrido
sangre que llena el vacío
al vaciar los límites
madre-padre con-fundidos
Muerte y Espíritu
Uno y Silencio
Pater y Pneuma
besando al otro en sus propios labios
matando al otro en su propia muerte.
Ser que sobrepasa, a
partir de No-ser, los niveles de la trascendencia, la muerte primigenia es
indescriptible e incognoscible: lo que se pueda decir de tal entidad suprema es
irrelevante, porque ese decir algo es establecer determinaciones que nulifican
lo absoluto y que carecen de sentido. Desconocida presencia que permea y penetra en todo lo existente, causa terror
por lo sobrecogedora que es la intuición de la eternidad. Su soplo, sólo su
soplo, lleva al ente a la desintegración de su condición unitaria individual, a
la pérdida de su yoidad en la fragancia exótica de la nulificación de lo que
llamamos conciencia o pensamiento y cuerpo o sensibilidad. Ese toque de lo
absoluto en lo particular contingente es un choque contradictorio que extermina
toda noción de soberbia existenciaria y lleva al reconocimiento de lo
metafísico, de lo transmundano, de lo sagrado. Contra las visiones más
inmanentes y materialistas se alza esa noción inherente de todo lo viviente, de
todo lo existente, de que hay algo más allá de esta condición contingente en la
que está inmersa la pluralidad, intuición de la muerte comunica con lo sagrado,
con lo infinito y lo eterno. Hay otra cosa, y esa otra cosa se anuncia con
la muerte, que es ella misma. Su mensaje
es incierto, intraducible, lleno de sentidos múltiples, porque es el Sentido
Único, la palabra absoluta, los infinitos nombres de la Diosa. Heráclito “el
Oscuro” decía:
ὁ ἄναξ, οὗ τὸ μαντεῖόν ἐστι τὸ ἐν Δελφοῖς,
οὔτε λέγει οὔτε κρύπτει ἀλλὰ σημαίνει. “El Señor, cuyo oráculo está en Delfos,
no dice ni oculta, sino indica por medio de signos.”
La lengua de la Muerte,
la lengua sagrada de Dios, se habla con signos no codificados, con palabras no
dichas, con sonidos silenciosos. La Muerte y sus signos nos acercan al terror
primigenio de lo desconocido, de lo desintegrado en la Nada, de la cancelación
absoluta de la condición de individualidad, nos acercan al despojo de los
ropajes del yo, a la desnudez ontológica que saca a la luz el blanco esqueleto
que carece de toda peculiaridad e iguala a los seres en un sinsentido evidente
en la desintegración del espíritu y la materia en la tierra negra de los
alquimistas: Nigredo que corrompe,
putrefacción que transforma y libera la oscuridad originaria, el oro brillante
que enceguece es negro, es desaparición; el Ser es efímero, la Nada es la boca
y la cola del Ouroboros.
Morir es ser feto
apaciguar los deseos y el dolor
desnudarse frente al espejo de mármol
derramar el semen en las tumbas
sabiendo que la generación no requiere
de mis ojos
morir es hablarle a la tierra
llamarla en las raíces de los árboles
suplicarle golpes de navaja
que lentamente despojen piel y espíritu
en un acto de ritual desconocido
morir es aprender a oír
con sentidos forasteros
los susurros de la pareja pneumática
los sonidos de unión y éxtasis
que dicen mensajes de extinción
morir es IAO
Iota, Alfa y Omega.
Hablar de lo sagrado trascendente en la
muerte es reconocer el espacio de dualidad que se abre al intuir lo Absoluto.
Hablar de ello es reconocer que lo hacemos desde nuestros propios límites, que
todos nuestros actos tienen como fundamento codificar lo descodificado, asir lo
inasible. Vana esperanza de los entes individuales que solo logran colegir la
más minúscula partícula de lo que revela la muerte y con eso construyen mundos
y sentidos. Se requiere romper los velos de la condición humana para dejar que
las palabras de muerte nos disuelvan y nos lleven a la transubstancia: éxtasis
y entusiasmo, revelación mística que da visiones de oscuridad, revelaciones
donde la luz es negra y abarca espectros más allá de las dimensiones
metafísicas. Los mensajes de la muerte son sólo para unos cuantos, sólo para
quienes están dispuestos a dejar de ser, a dejar de ver, a volver a ver con
ojos de ciego.
El Absoluto se llama θάνατός.
IAO es otro de sus nombres. Es Abismo y su misma profundidad es Silencio.
Pareja eterna, Alfa y Omega, Armonía y Discordia, Unidad. De su propia
condición emana la fuerza, la pugna que dinamiza la vacuidad y la
diversifica. Lo apeiron de Anaximandro de Mileto, que emana
el germen, la semilla de todas las cosas al manifestarse lo infinito como frío
y calor. La semilla es el Padre del mundo, en la semilla están contenidas todas
las cosas como infinita posibilidad, como eterna potencia que incluye la
vastedad de los entes, la Nada se hace potencia: Ο πατέρας στον κόσμο (padre
del mundo) en el germen seminal emanado del Absoluto. La muerte despliega su
aliento y aniquila al propio vacío.
Emanación de los
contrarios, la semilla germinal tiene como esencia la fuerza primigenia que
genera todas las cosas: Eros, condición originaria que altera la quietud seminal y mueve a la confrontación agónica
que produce la diversidad de entes, la pluralidad de la existencia. Ya Hesíodo
en su Teogonía consideraba al amor como el principio de los entes pues su
fuerza impulsa a la generación y a la procreación.
Sólo por el amor la
semilla germina y surge el mundo, los entes se diversifican como las ramas de
un árbol y cada uno tiende a proyectarse a sí mismo en un proceso continuo de
perpetuación. Fuerza que va generando pero, al mismo tiempo, va nutriendo al
cosmos de la maldad suprema, su gradual y permanente separación del principio
Absoluto del cual ha emanado. Generación desaforada que impone a los entes la
necesidad, la contingencia y les otorga la ilusión de ser individuales y poder
perpetuarse a través del tiempo. Así como las ramas del árbol se distinguen
unas de otras y cada una se recrea a sí misma en una reproducción
fractalica, así los entes generados de
la semilla eterna emanada del Absoluto se individualizan y se crean la misma
ilusión: se creen entes distintos unos de otros, irrepetibles y capaces de
vencer la condición esencial que les acarrea su origen: la finitud mortal. Se
crea la ilusión de la vida y del mundo.
Me han llamado por mi nombre
ahora sé que existo
la tierra ya no sangra
las heridas de la muerte
son curadas con la medicina de los
dioses
los elementos danzan
recreando la copula de los insectos
vuelo y caída
soy apostata de mi Padre
soy yo y muevo mi mano al crimen
a la frenética exaltación de lo diverso
Todo es yo
el mundo es yo
y yo quiero seguir siendo yo.
Separación de lo
Absoluto, particularización de las esencias. El amor en los entes transita
hacia la dispersión, a la afirmación de la ilusión de ser una rama distinta a
las otras ramas del árbol. El amor hace olvidar al tronco lejano, y a la
tierra, y al agua; a la semilla que ya no está presente pero sigue estando ahí
en el ser mismo como fuerza de crecimiento y desdoblamiento. El amor crea
nuevas formas, reviste con ropajes fastuosos a los descarnados entes, los hace
esclavos del mundo y de Ananké, que junto con Cronos rodean el huevo del mundo.
El amor configura al yo al hacerlo participe del principio generador, pero lo
configura de una manera extraña: parece que es una unidad, pero eso es
ilusorio. El amor del ente crea múltiples yoes que pierden su propia
particularidad al intentar unirse en uno sólo. Cópula falaz al interior del
ente, la unión de los yoes es ilusoria pues Eros muestra permanentemente que el
ente amoroso es presa de pasiones diversas que lo llevan a la ruptura permanente
de la ilusión de la unidad del yo.
Así Eros crea pero a la
vez destruye, crear es destruir porque no se puede negar el principio
generador. Cuando el ente es yo tiene que serlo de cierta manera, que mata
otras formas de ser, otros yoes que se cancelan en el instante de la
determinación. Pero también el yo quiere ser yo frente a los otros, frente a
los diversos, y por eso los asimila en su condición de eros egoísta: los hace
suyos para seguir siendo él mismo. Amar es una lucha a muerte por seguir manteniendo
la primacía de lo particular, amar es tragar, así como Cronos tragaba a sus
hijos por el impulso primigenio de
mantenerse a sí mismo como entidad particularizada.
Amor es el mundo, es el orden, es el
impulso del ser: sólo se es en la anomalía de la pasión que da forma unificada
a la materia y posterga el tiempo y el espacio, los crea en la unidimensialidad
de la materia sujeta a la contingencia y deseosa de superar su estado
transitorio. Según la doctrina sankhya, māyā se identifica con prakriti
(‘materia’) y con pradhana
(pre-sustancia desconocida, fuente de la materia). Maya es ilusión, es la
realidad entendida como la pasión y el deseo de la materia de ser unidad, de
ser uno en lo múltiple, de ser fusión en lo discorde. Pero, asimismo, la
materia que se ha creado, y creído, esa ilusión es futuro, es asimilar que lo
que es será, de alguna o de otra forma; es negación de que lo que es no será,
de que no hay futuro, de que no hay
tiempo. El amor le da al ente-yo-materia la más baja de las ilusiones: la idea
de que puede permanecer en el tiempo invisible e inasible. Amor es esperanza,
la esperanza es el mundo, la esperanza es el mal.
Quien espera presupone
un deber ser de lo esperado, una estructura que se debe mantener aunque no se
dé ahora mismo; quien espera, espera su mera ilusión. El amor hace que los
entes esperen de sí mismos su propio yo, su permanencia como seres: amor
propio, amor de sí. Pero, además, espera que el mundo sea y permanezca como su
espera lo determina; los otros entes son esperados como unidad permanente en el
devenir temporal. El amor, al crear el yo lo fija y lo estatiza, sus cambios,
su muerte permanente son negados y se asimila la eternidad a la existencia
eterna del yo. Soberbia egoísta y estúpida.
Pero así es el mundo,
tiene la impronta de lo fijo, de la inmovilidad parmenidea del ser, de la
trascendencia fútil del yo y de particular. El terror ahora no es por la visión
de lo Absoluto sagrado, sino por la pérdida de la individualidad. Se desea ser
inmortal, trascender la muerte, aún más: nulificar la muerte. El amor de si
aleja al ente de su origen fundamental y lo vuelve ajeno a la semilla: es la
rama más lejana del árbol que cree que por sí misma generará nuevas ramas; se
olvida que depende de otra rama y esta del tronco y de su fuente nutricia: el
inframundo que todo lo consume.
La muerte es mi ilusión
que no muera yo
que la tumba guarde al desconocido
que los dioses permanezcan con mi forma
que la tierra me dé vida
me dé realidad.
El mundo se concibe
como la negación de la destrucción. Se afirman valores de vida, de creación.
Por eso la mayor locura, el mayor desorden, la más negada forma de ser es
aquella que se contrapone a los principios de trascendencia del ser, de
permanencia de la forma por encima de la destrucción de la misma. La locura
rompe con los parámetros de aquello que se asimila como la esencia del mundo.
El loco está en la zona limítrofe porque le hace ver al mundo que las
estructuras ontológicas no son sólidas, que la espera es una desesperanza. El
loco no espera, porque no sabe del tiempo ni del espacio; el loco es el
habitante de los limbos, de la tierra de los no-yoes.
La locura se manifiesta
como una alteración de lo ordinario es porque en ella hay un reconocimiento
implícito de que el mundo ilusorio se fragmenta y se disuelve en su misma
falsedad. Solo lo sostienen hilos muy delgados que el loco es capaz de ver en
sus visiones y que, también, está dispuesto a romper. El loco destroza al mundo
para darle su verdadero sentido en el sinsentido de la existencia. El loco sabe
que el mensaje de Dios está detrás de los falsos ropajes del yo
individualizante, por eso busca permanentemente y por diversos medios despojarse de ellos. El loco es el gran maldecido, el gran desgarrado
que ve de frente a la muerte y se reconoce como un todo en el vacío de la
existencia absoluta. El loco es el mensajero, el profeta, del silencio y del
abismo.
Pero aún entre los
maniacos la presencia del principio originario marca distinciones que separan y
estigmatizan ciertas condiciones: aún parece inconcebible que un yo se
despersonalice a tal grado que pueda cometer un crimen mortal. El loco asesino
es la anomalía más compleja y la más rechazada por el mundo. Es el que mata, el
que otorga la muerte comete el acto de pecado máximo, pues atenta contra los
fundamentos mismos de la condición mundana: la persistencia del ser individual.
Al matar, el mundo asume que se violentan todas las normas y principios básicos
de orden y de valoración. El asesinato es el acto aberrante que debe ser
castigado no solo con la marginación, como es el caso de los otros tipos de
locura, sino con la cancelación de la misma individualidad del asesino. Castigo
superlativo y degradante.
Lo que se olvida es que
el loco asesino busca esa cancelación de la individualidad que el mundo le
impone como castigo. Al matar a otro, el asesino muere en sí mismo, se diluye
su condición de ente individual y sufre un proceso de regreso al origen
Absoluto. Matar es liberar: liberar al otro al reintegrarlo a la pureza
originaria y liberarse a sí mismo en cada acto gradual que pierde al homicida
en la nulificación de su yo: sólo vive para morir, la muerte lo devora en cada
acto criminal. El criminal es la bendición del Dios Oculto, el enviado de la muerte
que emprende el camino de regreso a principio desintegrador y confundido.
Locos asesinos solo hay
pocos, son privilegiados.
Yo nací de una visión
mi mundo está al interior de los
párpados
de allá viene el hueco que hay en mi
pecho
perturbada tierra que se mezcla con
sangre
las formas se fusionan
dejando paso a la seguridad del orden
sin tiempo
sin espacio
sombra que como musgo todo lo contiene
susurro que me reclama en dos
direcciones diferentes
disyuntiva que hace maleable la
estructura
provoca un dolor que desgarra
martiriza el punto exacto
desprende la materia para dejar fluir la
esencia viscosa
mineral, terrestre
ansiosa de recuperar su infinitud
los huesos asoman y traspasan
toman para sí la voluntad
reptiles transfigurados
que acechan desde el origen vaginal
desde el inframundo
donde coexisten los inmortales y los
descarnados
mi yo-otro desprende los residuos
mano que acaricia
desvelando la figura
atendiendo al llamado
iniciando el sacrificio
mano que es cuchillo
que hiende y rasga
que siente la sangre que fluye
ligera, transparente
llena de vacío
mano que separa la carne
que rompe las fibras
libera al dolor, lo aleja
lo consume entre las líneas que dibuja
entrañas inconsistentes
que mantienen la vida con lo impensado
con aquello siempre oculto
mano que busca
que es tragada por el ser buscado
consumida con calor y movimiento
en la agonía de la desesperación
no hay diferencia
no hay interior ni exterior
sólo es un ser que se autocrea
se define en sus ilusiones
se moldea con fantasmas
con figuras que no le pertenecen
tomadas de sitios recorridos por bestias
por entes que depredan almas
miles de navajas lo destrozan sin que
sienta
lo separan y fragmentan
lo disuelven en la mano.
Yo nací en una visión
en una visión encontré lo inesperado
victima que me revela que la víctima soy
yo
que al dar la muerte muero yo
que al destruir me destruyo yo
que al aniquilar me creo yo
maldición eterna que pesa en la
existencia
mi mundo me llama
hacia allá voy
espero encontrar compañía.
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