martes, 18 de mayo de 2021

EMANACIÓN

 

 

EMANACIÓN

 

 

NEKROMANTIK

 

Nada… Silencio… Oscuridad… En el seno mismo de la muerte las almas de todas las cosas se acurrucan confundidas, perdidas unas en las otras, las otras que no son otras porque no hay otras, sólo hay el caos, la unión eterna en la no-existencia, el Vacío que es el Todo. La muerte no es fin, ni principio, antecede cualquier determinación del ser, pues “ser” sólo puede generarse desde su “no-ser”, desde su ausencia, en un devenir sagrado. Ahí en la muerte lo invisible es la esencia, lo inaudible es el mensaje; el Dios Oculto de la Muerte es un andrógino terrorífico que se autofecunda para ser él mismo en la soledad más magnifica y sublime. En el  vacío de la soledad todo se completa, es perfección que supraexiste ajena al tiempo y al espacio, ajena a las limitaciones de las particularidades que se definen a partir de diferencias que no son reales. La verdadera realidad se encuentra en la oquedad más profunda de las orbitas oculares de un cráneo, en el éter primordial que llena ese hueco y conjuga en las sombras internas el infinito Todo en todo (όλα σε όλους).

Dios-Muerte-Padre-Madre

primigenia esencia

flotando en sí misma

asistiendo a su propio parto

a sus propios funerales

sin compañía

sin necesidad

es la Unidad más allá de la unidad

es algo más que sí mismo

pues él mismo es superado por él mismo

sin nombre

invisible e inasible

no pensado ni escuchado

muerte como sangre que recorre todos los caminos

todos los senderos que no se han recorrido

sangre que llena el vacío

al vaciar los límites

madre-padre con-fundidos

Muerte y Espíritu

Uno y Silencio

Pater y Pneuma

besando al otro en sus propios labios

matando al otro en su propia muerte.

Ser que sobrepasa, a partir de No-ser, los niveles de la trascendencia, la muerte primigenia es indescriptible e incognoscible: lo que se pueda decir de tal entidad suprema es irrelevante, porque ese decir algo es establecer determinaciones que nulifican lo absoluto y que carecen de sentido. Desconocida presencia que permea y  penetra en todo lo existente, causa terror por lo sobrecogedora que es la intuición de la eternidad. Su soplo, sólo su soplo, lleva al ente a la desintegración de su condición unitaria individual, a la pérdida de su yoidad en la fragancia exótica de la nulificación de lo que llamamos conciencia o pensamiento y cuerpo o sensibilidad. Ese toque de lo absoluto en lo particular contingente es un choque contradictorio que extermina toda noción de soberbia existenciaria y lleva al reconocimiento de lo metafísico, de lo transmundano, de lo sagrado. Contra las visiones más inmanentes y materialistas se alza esa noción inherente de todo lo viviente, de todo lo existente, de que hay algo más allá de esta condición contingente en la que está inmersa la pluralidad, intuición de la muerte comunica con lo sagrado, con lo infinito y lo eterno. Hay otra cosa, y esa otra cosa se anuncia con la  muerte, que es ella misma. Su mensaje es incierto, intraducible, lleno de sentidos múltiples, porque es el Sentido Único, la palabra absoluta, los infinitos nombres de la Diosa. Heráclito “el Oscuro” decía:

ὁ ἄναξ, οὗ τὸ μαντεῖόν ἐστι τὸ ἐν Δελφοῖς, οὔτε λέγει οὔτε κρύπτει ἀλλὰ σημαίνει. “El Señor, cuyo oráculo está en Delfos, no dice ni oculta, sino indica por medio de signos.”

La lengua de la Muerte, la lengua sagrada de Dios, se habla con signos no codificados, con palabras no dichas, con sonidos silenciosos. La Muerte y sus signos nos acercan al terror primigenio de lo desconocido, de lo desintegrado en la Nada, de la cancelación absoluta de la condición de individualidad, nos acercan al despojo de los ropajes del yo, a la desnudez ontológica que saca a la luz el blanco esqueleto que carece de toda peculiaridad e iguala a los seres en un sinsentido evidente en la desintegración del espíritu y la materia en la tierra negra de los alquimistas: Nigredo que corrompe, putrefacción que transforma y libera la oscuridad originaria, el oro brillante que enceguece es negro, es desaparición; el Ser es efímero, la Nada es la boca y la cola del Ouroboros.

Morir es ser feto

apaciguar los deseos y el dolor

desnudarse frente al espejo de mármol

derramar el semen en las tumbas

sabiendo que la generación no requiere de mis ojos

morir es hablarle a la tierra

llamarla en las raíces de los árboles

suplicarle golpes de navaja

que lentamente despojen piel y espíritu

en un acto de ritual desconocido

morir es aprender a oír

con sentidos forasteros

los susurros de la pareja pneumática

los sonidos de unión y éxtasis

que dicen mensajes de extinción

morir es IAO

Iota, Alfa y Omega.

    Hablar de lo sagrado trascendente en la muerte es reconocer el espacio de dualidad que se abre al intuir lo Absoluto. Hablar de ello es reconocer que lo hacemos desde nuestros propios límites, que todos nuestros actos tienen como fundamento codificar lo descodificado, asir lo inasible. Vana esperanza de los entes individuales que solo logran colegir la más minúscula partícula de lo que revela la muerte y con eso construyen mundos y sentidos. Se requiere romper los velos de la condición humana para dejar que las palabras de muerte nos disuelvan y nos lleven a la transubstancia: éxtasis y entusiasmo, revelación mística que da visiones de oscuridad, revelaciones donde la luz es negra y abarca espectros más allá de las dimensiones metafísicas. Los mensajes de la muerte son sólo para unos cuantos, sólo para quienes están dispuestos a dejar de ser, a dejar de ver, a volver a ver con ojos de ciego.

El Absoluto se llama θάνατός. IAO es otro de sus nombres. Es Abismo y su misma profundidad es Silencio. Pareja eterna, Alfa y Omega, Armonía y Discordia, Unidad. De su propia condición emana la fuerza, la pugna que dinamiza la vacuidad y la diversifica.  Lo apeiron de Anaximandro de Mileto, que emana el germen, la semilla de todas las cosas al manifestarse lo infinito como frío y calor. La semilla es el Padre del mundo, en la semilla están contenidas todas las cosas como infinita posibilidad, como eterna potencia que incluye la vastedad de los entes, la Nada se hace potencia: Ο πατέρας στον κόσμο (padre del mundo) en el germen seminal emanado del Absoluto. La muerte despliega su aliento y aniquila al propio vacío.

Emanación de los contrarios, la semilla germinal tiene como esencia la fuerza primigenia que genera todas las cosas: Eros, condición originaria que altera la quietud  seminal y mueve a la confrontación agónica que produce la diversidad de entes, la pluralidad de la existencia. Ya Hesíodo en su Teogonía consideraba al amor como el principio de los entes pues su fuerza impulsa a la generación y a la procreación.

Sólo por el amor la semilla germina y surge el mundo, los entes se diversifican como las ramas de un árbol y cada uno tiende a proyectarse a sí mismo en un proceso continuo de perpetuación. Fuerza que va generando pero, al mismo tiempo, va nutriendo al cosmos de la maldad suprema, su gradual y permanente separación del principio Absoluto del cual ha emanado. Generación desaforada que impone a los entes la necesidad, la contingencia y les otorga la ilusión de ser individuales y poder perpetuarse a través del tiempo. Así como las ramas del árbol se distinguen unas de otras y cada una se recrea a sí misma en una reproducción fractalica,  así los entes generados de la semilla eterna emanada del Absoluto se individualizan y se crean la misma ilusión: se creen entes distintos unos de otros, irrepetibles y capaces de vencer la condición esencial que les acarrea su origen: la finitud mortal. Se crea la ilusión de la vida y del mundo.

Me han llamado por mi nombre

ahora sé que existo

la tierra ya no sangra

las heridas de la muerte

son curadas con la medicina de los dioses

los elementos danzan

recreando la copula de los insectos

vuelo y caída

soy apostata de mi Padre

soy yo y muevo mi mano al crimen

a la frenética exaltación de lo diverso

Todo es yo

el mundo es yo

y yo quiero seguir siendo yo.

Separación de lo Absoluto, particularización de las esencias. El amor en los entes transita hacia la dispersión, a la afirmación de la ilusión de ser una rama distinta a las otras ramas del árbol. El amor hace olvidar al tronco lejano, y a la tierra, y al agua; a la semilla que ya no está presente pero sigue estando ahí en el ser mismo como fuerza de crecimiento y desdoblamiento. El amor crea nuevas formas, reviste con ropajes fastuosos a los descarnados entes, los hace esclavos del mundo y de Ananké, que junto con Cronos rodean el huevo del mundo. El amor configura al yo al hacerlo participe del principio generador, pero lo configura de una manera extraña: parece que es una unidad, pero eso es ilusorio. El amor del ente crea múltiples yoes que pierden su propia particularidad al intentar unirse en uno sólo. Cópula falaz al interior del ente, la unión de los yoes es ilusoria pues Eros muestra permanentemente que el ente amoroso es presa de pasiones diversas que lo llevan a la ruptura permanente de la ilusión de la unidad del yo.

Así Eros crea pero a la vez destruye, crear es destruir porque no se puede negar el principio generador. Cuando el ente es yo tiene que serlo de cierta manera, que mata otras formas de ser, otros yoes que se cancelan en el instante de la determinación. Pero también el yo quiere ser yo frente a los otros, frente a los diversos, y por eso los asimila en su condición de eros egoísta: los hace suyos para seguir siendo él mismo. Amar es una lucha a muerte por seguir manteniendo la primacía de lo particular, amar es tragar, así como Cronos tragaba a sus hijos por  el impulso primigenio de mantenerse a sí mismo como entidad particularizada.

    Amor es el mundo, es el orden, es el impulso del ser: sólo se es en la anomalía de la pasión que da forma unificada a la materia y posterga el tiempo y el espacio, los crea en la unidimensialidad de la materia sujeta a la contingencia y deseosa de superar su estado transitorio. Según la doctrina sankhya, māyā se identifica con prakriti (‘materia’) y con pradhana (pre-sustancia desconocida, fuente de la materia). Maya es ilusión, es la realidad entendida como la pasión y el deseo de la materia de ser unidad, de ser uno en lo múltiple, de ser fusión en lo discorde. Pero, asimismo, la materia que se ha creado, y creído, esa ilusión es futuro, es asimilar que lo que es será, de alguna o de otra forma; es negación de que lo que es no será, de que no hay futuro,  de que no hay tiempo. El amor le da al ente-yo-materia la más baja de las ilusiones: la idea de que puede permanecer en el tiempo invisible e inasible. Amor es esperanza, la esperanza es el mundo, la esperanza es el mal.

Quien espera presupone un deber ser de lo esperado, una estructura que se debe mantener aunque no se dé ahora mismo; quien espera, espera su mera ilusión. El amor hace que los entes esperen de sí mismos su propio yo, su permanencia como seres: amor propio, amor de sí. Pero, además, espera que el mundo sea y permanezca como su espera lo determina; los otros entes son esperados como unidad permanente en el devenir temporal. El amor, al crear el yo lo fija y lo estatiza, sus cambios, su muerte permanente son negados y se asimila la eternidad a la existencia eterna del yo. Soberbia egoísta y estúpida.

Pero así es el mundo, tiene la impronta de lo fijo, de la inmovilidad parmenidea del ser, de la trascendencia fútil del yo y de particular. El terror ahora no es por la visión de lo Absoluto sagrado, sino por la pérdida de la individualidad. Se desea ser inmortal, trascender la muerte, aún más: nulificar la muerte. El amor de si aleja al ente de su origen fundamental y lo vuelve ajeno a la semilla: es la rama más lejana del árbol que cree que por sí misma generará nuevas ramas; se olvida que depende de otra rama y esta del tronco y de su fuente nutricia: el inframundo que todo lo consume.

La muerte es mi ilusión

que no muera yo

que la tumba guarde al desconocido

que los dioses permanezcan con mi forma

que la tierra me dé vida

me dé realidad.

El mundo se concibe como la negación de la destrucción. Se afirman valores de vida, de creación. Por eso la mayor locura, el mayor desorden, la más negada forma de ser es aquella que se contrapone a los principios de trascendencia del ser, de permanencia de la forma por encima de la destrucción de la misma. La locura rompe con los parámetros de aquello que se asimila como la esencia del mundo. El loco está en la zona limítrofe porque le hace ver al mundo que las estructuras ontológicas no son sólidas, que la espera es una desesperanza. El loco no espera, porque no sabe del tiempo ni del espacio; el loco es el habitante de los limbos, de la tierra de los no-yoes.

La locura se manifiesta como una alteración de lo ordinario es porque en ella hay un reconocimiento implícito de que el mundo ilusorio se fragmenta y se disuelve en su misma falsedad. Solo lo sostienen hilos muy delgados que el loco es capaz de ver en sus visiones y que, también, está dispuesto a romper. El loco destroza al mundo para darle su verdadero sentido en el sinsentido de la existencia. El loco sabe que el mensaje de Dios está detrás de los falsos ropajes del yo individualizante, por eso busca permanentemente y  por diversos medios despojarse de ellos. El  loco es el gran maldecido, el gran desgarrado que ve de frente a la muerte y se reconoce como un todo en el vacío de la existencia absoluta. El loco es el mensajero, el profeta, del silencio y del abismo.

Pero aún entre los maniacos la presencia del principio originario marca distinciones que separan y estigmatizan ciertas condiciones: aún parece inconcebible que un yo se despersonalice a tal grado que pueda cometer un crimen mortal. El loco asesino es la anomalía más compleja y la más rechazada por el mundo. Es el que mata, el que otorga la muerte comete el acto de pecado máximo, pues atenta contra los fundamentos mismos de la condición mundana: la persistencia del ser individual. Al matar, el mundo asume que se violentan todas las normas y principios básicos de orden y de valoración. El asesinato es el acto aberrante que debe ser castigado no solo con la marginación, como es el caso de los otros tipos de locura, sino con la cancelación de la misma individualidad del asesino. Castigo superlativo y degradante.

Lo que se olvida es que el loco asesino busca esa cancelación de la individualidad que el mundo le impone como castigo. Al matar a otro, el asesino muere en sí mismo, se diluye su condición de ente individual y sufre un proceso de regreso al origen Absoluto. Matar es liberar: liberar al otro al reintegrarlo a la pureza originaria y liberarse a sí mismo en cada acto gradual que pierde al homicida en la nulificación de su yo: sólo vive para morir, la muerte lo devora en cada acto criminal. El criminal es la bendición del Dios Oculto, el enviado de la muerte que emprende el camino de regreso a principio desintegrador y confundido.

Locos asesinos solo hay pocos, son privilegiados.

 Yo nací de una visión

mi mundo está al interior de los párpados

de allá viene el hueco que hay en mi pecho

perturbada tierra que se mezcla con sangre

las formas se fusionan

dejando paso a la seguridad del orden sin tiempo

sin espacio

sombra que como musgo todo lo contiene

susurro que me reclama en dos direcciones diferentes

disyuntiva que hace maleable la estructura

provoca un dolor que desgarra

martiriza el punto exacto

desprende la materia para dejar fluir la esencia viscosa

mineral, terrestre

ansiosa de recuperar su infinitud

los huesos asoman y traspasan

toman para sí la voluntad

reptiles transfigurados

que acechan desde el origen vaginal

desde el inframundo

donde coexisten los inmortales y los descarnados

mi yo-otro desprende los residuos

mano que acaricia

desvelando la figura

atendiendo al llamado

iniciando el sacrificio

mano que es cuchillo

que hiende y rasga

que siente la sangre que fluye

ligera, transparente

llena de vacío

mano que separa la carne

que rompe las fibras

libera al dolor, lo aleja

lo consume entre las líneas que dibuja

entrañas inconsistentes

que mantienen la vida con lo impensado

con aquello siempre oculto

mano que busca

que es tragada por el ser buscado

consumida con calor y movimiento

en la agonía de la desesperación

no hay diferencia

no hay interior ni exterior

sólo es un ser que se autocrea

se define en sus ilusiones

se moldea con fantasmas

con figuras que no le pertenecen

tomadas de sitios recorridos por bestias

por entes que depredan almas

miles de navajas lo destrozan sin que sienta

lo separan y fragmentan

lo disuelven en la mano.

Yo nací en una visión

en una visión encontré lo inesperado

victima que me revela que la víctima soy yo

que al dar la muerte muero yo

que al destruir me destruyo yo

que al aniquilar me creo yo

maldición eterna que pesa en la existencia

mi mundo me llama

hacia allá voy

espero encontrar compañía.

 

 



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