Είμαι
γυναίκα και άντρας[1]
José Alfredo Ortiz Madrigal
Verum sine
mendacio, certum et verissimum :
quod est inferius es sicut quod est superius,
et quod es superius
es sicut quod est inferius,
ad perpetranda miracula rei unius.
Tabula Smaragdina
Hermes Trismegisto.
Hombre, mujer. Hembra, varón. Así fuimos creados o así evolucionamos, da exactamente lo mismo. El hecho irrefutable es que como seres humanos
nos percibimos y comprendemos a nosotros mismos en una realidad,
ontológicamente hablando, dual. Al contemplarnos como seres en el mundo lo
tenemos que hacer desde la consideración de que la misma contemplación se
ejecuta desde el posicionamiento que implica la condición de la distinción
evidente entre aquellos entes que integramos dentro de la misma concepción:
somos un mismo concepto, “ser humano”, pero poseemos cualidades como entes
individuales que hacen que los miembros del Conjunto Universo se ordenen en dos
subconjuntos: varón o hembra[2]. El
problema fundamental es que estos subconjuntos no se constituyen en una unión,
ni siquiera como un complemento, sino que se asumen como conjuntos ajenos
dentro del Conjunto Universo. Cada mujer
y cada hombre poseen cualidades que lo hacen esencialmente diferente a la otra
parte, de la cual se considera ajena, se extraña.
Este principio de
dualidad manifiesto en la condición de lo humano trasciende y es asimilado a la
Realidad entera. El mundo visible se muestra como un mundo dual, un mundo donde
todas las cosas tienen su opuesto, su contrario; pero ese mostrarse del mundo
no es para el hombre mera apariencia: lo opuesto y lo contrario tienen un
fundamento primario y le dan sentido a la propia Realidad en la constitución de
sus cualidades esenciales.[3] De
ahí que la comprensión del mundo tenga como elemento sustancial esta dualidad
que se basa en la contradicción y la contrariedad.
El mundo y todo lo que contiene, tiene, entonces, un principio dual. Las grandes mitologías y las interpretaciones simbólicas de todas las culturas así lo ponen de manifiesto a niveles cósmicos, físicos y psicológicos. En el nivel cósmico hay ejemplos abundantes de opuestos: el Cielo y la Tierra, la Noche y el Día, lo infinito y lo finito, por mencionar algunos. A nivel físico encontramos, entre otros, la luz y la oscuridad, el frio y el calor, lo seco y lo húmedo, lo visible y lo invisible, lo masculino y lo femenino. En el nivel psicológico, que es el que nos interesa por ser lo propiamente humano; lo activo y lo pasivo, lo bueno y lo malo, lo izquierdo y lo derecho… el hombre y la mujer. La Realidad dual es el universo en todas sus manifestaciones, es el principio evidente en la existencia fáctica, es lo netamente objetivo, lo indubitable, lo que genera la condición se ser y estar en el mundo de todos los seres con sus opuestos. Ser o No-Ser, identidad, no contradicción y tercero excluido.
Se es hombre o mujer, pero no ambos. Y en el mundo las cosas son, se afirman, y no pueden ser su contrario. Es básico. De hecho, el pensamiento simbólico del ser humano hace una homologación entre las cualidades intrínsecas en lo masculino y femenino con las propiedades y características del universo perceptible. Alfredo López Austin (1996, p. 59), al hacer un estudio de la estructura cosmológica entre los antiguos nahuas de México, encuentra estas dicotomías, que bien pueden aplicarse a la disposición psíquica de cualquier cultura:
“Hembra:
Madre, frío, abajo, inframundo, humedad, oscuridad, debilidad, noche, agua,
influencia ascendente, muerte, vida, viento, menor, fetidez.
Macho:
Padre, calor, arriba, cielo, sequía, luz, fuerza, día, hoguera, influencia descendente,
vida, fuego, mayor, perfume.”
El mundo está ordenado según estos principios
contrarios que se relacionan directamente con todas las cosas y, en especial,
con la dicotomía humana. Así que es desde estas cualidades sustanciales como se
constituye la condición de la mujer y el hombre, siempre como contrarios sin la
posibilidad de ser el otro, pues al intentar serlo (al menos hipotéticamente)
se define como un en sí mismo y se enfrenta a lo otro de lo cual devino: el
hombre que se afirme como mujer lo hará considerando que su afirmación niega lo
masculino en sí y lo convierte en lo
otro, en lo contrario existente que hace
posible su afirmación. En el caso de la mujer que se afirma como hombre sucede
justamente lo mismo.
La dualidad hombre-mujer es la que sienta las bases
para la constitución de la individualidad humana. Sólo se es un individuo
cuando se delimita la participación concreta y específica de un ente en la
existencia de las cualidades del modelo arquetípico hombre-mujer. Es decir, yo
soy yo porque me identifico con y afirmo las cualidades y condiciones que me
hacen ser lo que soy: en sentido primigenio, varón o hembra. El Ser del ser
humano es dual en la evidencia certera de esta realidad visible.
La identificación sustancial con uno de los
contrarios humanos otorga la posibilidad de auto-afirmarse en la comodidad de
la existencia. Se es lo que se es y se defiende a toda costa, aún a pesar de
sacrificar lo otro. De hecho, el sacrificio de lo otro para la auto-afirmación
es la constante que permite ser lo que se es. Individualidad significa,
entonces, distinción ontológico-cualitativa que separa al yo de lo otro, pero
no de lo otro sin más, sino de lo otro opuesto[4].
De ahí la eterna lucha entre lo masculino y femenino en el ser humano:
afirmarse como tal, como individuo mujer u hombre, es negar al otro opuesto.
Esta condición es tan fundamental que pensar en cualquier otra forma, que no
sea la distinción con lo contrario, es aterradora para el ser humano.
Pensar en la unión de los contrarios
masculino-femenino es aprensivo para el individuo, pues la unidad con lo
contrario implica la disolución radical de los principios de su individualidad.
La auto-afirmación del ente se pone en juego y tambalea con la posibilidad de
unión con su contrario: muerte del ser como tal para ser otro, pero no ya el
mismo. En la mentalidad humana (tanto en a arcaica como en la moderna), la idea
de esa unión de los dos sexos contrarios es tan terrible que, inclusive, puede
verse como una maldición o castigo. Ovidio (1983), en la Metamorfosis, cuenta la historia de Hermafrodito y Sálmasis:
Hermafrodito, un bello adolescente hijo de los amores entre Hermes y Afrodita,
deja prendada a Sálmacis, una náyade, de tal manera que esta es capaz de todo
por lograr el amor de este. Pero el joven es reacio y se muestra indiferente a
las pretensiones femeninas, hasta que entra a nadar en la fuente de la ninfa;
esta se abraza a él de tal manera que “cuando
en un abrazo tenaz se unieron sus miembros, ni dos son, sino su forma doble, ni que mujer decirse ni que muchacho, pueda, y ni lo uno y lo
otro, y también lo uno y lo otro, parece.”[5]
A partir de esa unión forzada Hermafrodito ya no será más un bello varón, su
condición quedará degradada y su tragedia será el ser un ente unitario que
tiene en sí los dos principios: será hombre y mujer al mismo tiempo. Aberración
de aberraciones que implica un retroceso en la estructura simbólica de este
mito. Pero la historia no termina con la desgracia de Hermafrodito; apelando a
su origen divino, pide a sus padres que se establezca la condena máxima sobre
las aguas en las que se ha operado tan infame transformación: “«Al nacido dad vuestro de regalos, padre y
también genetriz, que de ambos el nombre tiene, que quien quiera que a estas
fontanas hombre llegara, salga de ahí semihombre y súbitamente se ablande,
tocadas, en las aguas». Conmovidos ambos padres, de su nacido biforme válidas
las palabras hicieron y con una incierta droga la fontana tiñeron”.[6]
No importa que se hable aquí, en el relato de
Ovidio, de la degradación de lo masculino al fusionarse con lo femenino; del
otro lado funcionará igual, será también una degradación, un retroceso. Este
retroceso implica la disolución de la personalidad particular, individual, para
llegar a un estado de nulidad absoluta: ya no se es, pues no se es lo uno ni lo
otro, sino ambos, que es ser nada. Asunción abrupta del No-Ser en la
existencia; el hermafrodito, condenado por los deseos de aniquilación latentes
en la misma realidad, es la negación total de la individualidad y de la
particularidad. Es como volver al útero materno, útero genésico, al tiempo
donde no se puede diferenciar aún la condición genital; es, simplemente,
retornar al vacío ontológico, a la indiferenciación y con-fusión. El estado
prenatal del ser es como la muerte del ser: NADA.
Sin embargo, como una especie de remanente psíquico,
queda en el inconsciente humano la necesidad de reconocer ese estado de
indiferenciación en todos los ámbitos de la realidad. La individualidad limita
y la definición otológica de los entes pone de manifiesto que tras la
pluralidad (de opuestos y contrarios) hay una unidad de todo. Búsqueda perenne
del hombre en los ámbitos de la mitología, la religión, la filosofía, el arte y
hasta la ciencia. Las grandes tradiciones señalan que tras de esta realidad
visible y aparente existe una Realidad Velada, no visible, que contiene en sí
misma la verdad sobre las cosas; una realidad que se vivencia, por quien lo ha
hecho, como una Unidad Absoluta de Todo en Todo. Es el Brahmanda (huevo cósmico) de las culturas de la India, el Gran Tao de Lao Tse, La visión del Nirvana búdico, el Caos de la mitología hesiódica, el apeiron de
Anaximandro de Mileto, el Uno de Plotino, el Ometeotl de los antiguos mexicanos, etc. La Unidad Absoluta se pone
de manifiesto en los niveles de la realidad Cósmica, Divina, Natural,
Individual y Psicológica: el Uno, el Uno Dios, el Uno Mundo, el Uno Ente y el
Uno Yo.
Si existe esa visión cósmica de la Unidad, que
supera y aniquila todas las diferenciaciones, y amalgama en perfecta armonía
los opuestos y contrarios, deberá
existir también la visión de la unidad humana; tal visión es la del Andrógino,
milenaria imagen que trasciende los tiempos y acompaña al ser humano en la
búsqueda de sí mismo, más allá de la visión aparente que se forja en la
realidad visible, más allá de su yo, en la muerte de su yo.
El andrógino como imagen arquetípica[7] de
la Unidad del ser humano es una constante en el ámbito de las tradiciones de
todas las culturas. Ya sea como origen primigenio-indefinido o como telos de la vida, se ha mantenido a la
base de las grandes mitologías y doctrinas que revelan una sabiduría que
traspasa las verdades evidentes y penetra a la Verdad. En Génesis 1:27[8] se lee: “Y
creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y a hembra los
creó”, dando a entender, de manera implícita, que la imagen de Dios contiene dentro de sí tanto lo masculino como lo
femenino: Dios andrógino. En la mitología náhuatl, el ser primigenio, del cual
emerge por desdoblamiento el universo, es un ser doble: Ometecuhtli (señor-dos) y Omecihuatl
(mujer-dos), combinación armoniosa que conjuga los principios opuestos en
uno solo. El desarrollo del cristianismo primitivo nos da el ejemplo de los
gnósticos: Ireneo de Lyon, en su texto Contra
las Herejias,[9]
refuta la doctrina valentiniana y señala que: “En torno al mismo Abismo[10]
sostienen diversas sentencias. Unos dicen que estaba sin cónyuge, no era ni
varón ni hembra, ni algo en absoluto. Otros dicen que es andrógino,
atribuyéndole una naturaleza hermafrodita” (Los Gnósticos Vol I, p. 158); ya
sea como principio con-fundido o como principios unidos en armonía, la imagen
andrógina de la Potencia originaria es evidente.
En cuanto al ser humano, el arquetipo del andrógino
es fundamental para comprender la constitución de la naturaleza dual del
principio humano. En múltiples tradiciones, el hombre originario, del cual se
va a desarrollar el ente humano tal como es, posee en sí mismo, en unión
perfecta los principios duales del cosmos. Así es en el proto-hombre bíblico
que Dios crea a su “imagen y semejanza”;
asimismo, en la tradición cabalística judía, el Adam Kadmon (Hombre Primordial), emanado del infinito Ein-sof, posee como cualidad la
conjunción de todos los contrarios que constituirán al mundo, incluyendo lo
masculino y lo femenino. La tradición gnóstica también habla de un hombre
primigenio; Hipólito de Roma, en la refutación a todas las Herejias[11],
señala que los Naasenos[12] “[…] veneran a un Hombre e Hijo de Hombre. El
Hombre es andrógino y es por ellos llamado Adamante.”[13](Los Gnósticos, Vol. II, p. 25); de este Adamante se desprenden todos los niveles
del mundo (eones) pues, según un himno ofita, “vienen de ti como padre y a través de ti como madre”.
La imagen del andrógino primigenio muestra
claramente un origen del hombre donde lo
masculino-femenino no existen o se muestran cómo lo mismo diferenciado, en una
misma hipóstasis[14]
genésica, tal como en el periodo indiferenciado del desarrollo sexual del que
se habló anteriormente[15].
Un caso curioso de la androginia es el
que relata Platón en El Banquete (1988),
donde se señala por boca de Aristófanes que:
“En primer lugar, tres eran los sexos de los
hombres, no dos como ahora, masculino y femenino, sino que había además un
tercero que era común a esos dos, del cual perdura aún el nombre, aunque él
mismo haya desaparecido. El andrógino, en efecto, era entonces una sola cosa en
cuanto a figura y nombre, que participaba de uno y otro sexo, masculino y
femenino, mientras que ahora no es sino un nombre que yace en la ignominia”
(189 d7-189 e8).
Es un caso curioso, e incomprendido generalmente,
porque muestra un estado primigenio del hombre múltiple pero unificado a la
vez. Si bien existen tres sexos, cada uno de ellos es una unidad en sí mismo ya
que no requiere de la participación de un contrario para ser lo que es. Cada
uno de ellos es la unión perfecta de dos entidades diferenciadas pero que se
asumen como lo mismo en el esférico ser: masculino-masculino, femenino-femenino
y masculino-femenino. Lo que Platón considera al establecer esta trinidad
unitaria pudiera ser, como muchos han interpretado, una imagen que justifique
las ancestrales relaciones homoeróticas en el ser humano; sin embargo, lo que
es realmente importante para este ensayo es la constitución de los
protohumanos. Cada uno, en su unidad perfecta, solo requiere de sí mismo para
manifestar la fuerza y poder que los llevan a desafiar a los dioses. Su
perfección será su condena con la terrible voz de Zeus: “voy a cortarlos en dos
a cada uno, y así serán al mismo tiempo más débiles y más útiles para nosotros,
al haber aumentado su número” (190 e10- 190d2). Este castigo genera la distinción sexual en
el ser humano; ya no existe más esa entidad perfecta, lo que hay ahora son
varones y hembras separados ontológicamente de su Unidad que sufren la
condición de ser otro opuesto para otros.
El castigo, caída, separación, del ser humano
primordial es una constante en la conciencia colectiva de todas las culturas. Se ha cometido un error y se paga por ello, la
condición del ser humano es la de un ser que paga, que se siente culpable, un
ser de pecado[16].
Y la paga es la separación en los opuestos, los principios de una sexualidad
diferenciada; la transgresión acarrea la distinción y esa distinción es el
germen de la culpabilidad[17],
del peso de ser mujer o ser hombre. En la Biblia, la transgresión lleva a los
primeros seres a la conciencia de su desnudez, los condena a la distinción
sexual: “Y vio la mujer que el árbol era
bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para
alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido,
el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y
conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se
hicieron delantales (Gen. 3:6-8). En la antigua cultura náhuatl, el ser
humano está condenado a la sexualidad por la transgresión de Quetzalcoatl al
robar los huesos de los hombres muertos de las eras pasadas: al salir del
Mictlan con los huesos de hombre y de mujer cae y estos se rompen y se
revuelven, confundiéndose los femeninos con los masculinos; para solucionar
esto, tiene que llevarlos al lugar de
origen de la vida para que una deidad femenina los muela en una urna y él
pincha su pene para, con su sangre, amasar la pasta de los huesos y formar al
hombre del mundo actual como mujer y hombre[18].
Distinción sexual originaria.
La sexualidad humana, dividida en lo masculino y lo
femenino, constituye la condición fundamental para que el ente se personalice
en los tipos mujer u hombre; pero, como hemos visto, esta oposición originaria
se traduce en la psique como producto de una transgresión, se asume como un
castigo. Entonces, frente a la condición de culpabilidad ontológica que surge
de esto, hay que expiar tal castigo en la propia oposición, convirtiéndola en
una lucha de poder. Dominar el uno sobre el otro, imponer las condiciones que
permitan la expiación de la culpa a través del sacrificio ofrecido, y el
sacrificio no puede ser el mismo ser: es el otro, el contrario. Por eso las
grandes metáforas sobre la sexualidad nos hablan de lucha constante, de guerra
de sexos, de conquista de uno sobre otro. Y la historia de la humanidad está
marcada por estas batallas sacrificiales en sus diversos contextos;
matriarcado, patriarcado, machismo, feminismo, etc.
Esta concepción de la Unidad originaria es uno de
los extremos de la imagen del andrógino. Pero existe la otra parte de su
desarrollo: la imagen del andrógino como telos,
como fin del hombre para recuperar la Unidad perdida. Es esta la visión que se
pone de manifiesto con mayor claridad en el símbolo del andrógino alquímico,
desarrollado, sobre todo entre la Edad Media y el Renacimiento europeos y que
ha tenido, y tiene, gran impacto en la constitución de la psique del hombre
moderno y en las tradiciones espirituales que se reavivan a partir del siglo
XVIII.
El simbolismo de la alquimia es complejo y vasto,
sus textos muestran formas de comprensión que se mueven en niveles distintos,
los más de ellos en el nivel de lo oculto, del silencio sabio. Uno de los
complejos simbólicos más importantes es el de la búsqueda del oro filosofal o alquímico; como símbolo,
el oro representa en la mentalidad humana la inmortalidad[19],
al Sol como imagen del tiempo y de los ciclos, el eterno retorno o infinitud
del tiempo y del espacio, en fin, un símbolo de gran preeminencia en el
inconsciente colectivo. En los textos alquímicos se señala que el objetivo de
la Gran Obra no es el oro material y vulgar, sino un oro místico. El oro
filosofal es el producto del proceso que lleva a cabo el alquimista para fijar
su ser en el mundo, es la asunción plena de su ser a lo Absoluto del cosmos en
una coniucto oppositorum que
libere al hombre de su condición mutable
y cambiante, el oro es el resultado de una disolución de lo diverso en una
Unidad primigenia recobrada. El mundo es producto de la fragmentación
visualizada en los opuestos, y la Gran Obra es la superación del mundo aparente
y cambiante para acceder al infinito Universo Uno que está en cada uno de los
seres y en todos ellos al mismo tiempo. Reunir todo en el Todo.
La asunción del andrógino, la integración en Uno del
ánima y el animus, no se da de manera espontánea o natural ya que la
naturaleza humana es, precisamente, la condición de separación ontológica de
los opuestos. Por eso la alquimia es un proceso que implica diferentes momentos
y etapas. En la tradición alquímica se enuncian variaciones en las etapas, pero
desde la antigüedad son constantes las cuatro que en el texto alquímico de
Johann Daniel Mylius Philosophia Reformata[20]
de 1662 se representan con las correspondencias entre los cuatro elementos
y los frascos con los procesos: Tierra-Nigredo,
agua-albedo, aire-citrinitas y fuego-rubedo. Estas relaciones representan el estado de
multiplicidad del hombre y del mundo que, con la vía alquímica, se superan para
lograr la Unidad.
Como puede verse, si se atiende a la simbología
cósmica de los elementos, es un proceso de ascensión que parte de lo inmóvil
para llegar al dinamismo total, que es al mismo tiempo estático. De la
tierra-seca al fuego-caliente pasando por sus contarios agua-humedad y
aire-frío. Los colores (negro, blanco, amarillo y rojo) hacen referencia a
estados de la realidad que se traducen en estados de transformación:
putrefacción, purificación, sublimación, calcinación.
El principio humano del que parte el proceso de
transformación es el ser humano mismo, su cuerpo y su psique, su condición de
hombre o mujer. Es la materia prima que requiere ser consumida por la acción
transformadora de la tierra (nigredo), aquella que disuelve todo, a lo que todo
retorna después de su aniquilación. Para que el proceso de elevación a la
totalidad se realice es necesaria la muerte del ser en tanto sí, en tanto yo.
Es necesario que lo coagulado, lo estable (coagula), sea disuelto, puesto en movimiento (solve) en las profundidades
transformadoras de la tierra por un agente que opere la disolución. En la
alquimia es la acción del azufre en la sal a partir del mercurio, en la psique
humana es la acción de la conciencia en el yo a partir de la voluntad.
Este es el principio de la Obra, el
fin es el andrógino, la plenitud del ser donde no hay distinción de lo
masculino y lo femenino, donde son uno mismo y diferentes al mismo tiempo. El
andrógino es la superación de la condición particularizada del ente en las
camisas de fuerza hombre o mujer que limitan las posibilidades infinitas de
ser.
Pero, ¿por qué la ascensión andrógina es algo que se
maneja en el secreto, como una enseñanza velada para la mayoría y que acusa
conflicto cuando se enuncia en círculos profanos a su propio contexto? La
respuesta es simple, porque el proceso requiere como paso inicial la muerte, la
putrefacción. El temor más profundo en el ser humano se pone de manifiesto
cuando se enfrenta a la muerte. Pero el terror asoma cuando se enfrenta a la
muerte del sí mismo, de la particularidad de su yo, del principio de
individuación. Aunque sea una condena o haya qua asumir que ser mujer u hombre
es el precio que se paga por existir de la manera en que se existe, el ser
humano es reacio a dejar su individualidad. Dejar de ser lo que se es implica
disolverse en la nada, y ser nada es aterrador. Pero se olvida que la Nada es
el Todo, porque Todo es Nada. Dejar de ser mujer u hombre para ser mujer y
hombre con la muerte. Somos cobardes de reconocernos en el infinito absoluto de
nosotros mismos como andróginos.
Octava Clave
Para pudrirse las semillas a la tierra se confían.
Nuestros
cuerpos son puestos en la tumba, más para volver a salir.
Así,
todos los elementos se encuentran en cada uno,
Si
puedes, como conviene, de uno extraer los otros.
Es
esto el fin de la obra, la meta de todos los trabajos;
Si
lo has ajustado bien, obtendrás de ello la llave.[21]
Basilio Valentín
BIBLIOGRAFÍA
-Aristóteles
(1998). Metafísica, Gredos, Madrid.
-Biblia Reina-Valera 1960 (2005). Bibles.org, London.
-Códice Chimalpopoca (1992). UNAM, México.
-Jung,
C.G. (1985). Tipos Psicológicos, Vol.
II, Ed. Sudamericana, Buenos Aires.
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(1970). Arquetipos e Inconsciente
Colectivo, Paidós, Barcelona.
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(2002). Psicología y Alquimia,
Tomo, México.
-Klossowsky
de Rola, Stanislas (2003). El Juego
Áureo, Siruela, Madrid.
-López
Austin, Alfredo (1996). Cuerpo Humano e
Ideología, Vol. I, UNAM, México.
-Los Gnósticos (2001,2005). Vols. I y II,
Gredos, Barcelona.
-Ovidio
(1983). Metamorfosis, Bruguera,
Barcelona.
-Platón
(1988). Diálogos, Vol. III, Gredos,
Madrid.
-Ricoeur,
Paul (1991). Finitud y culpabilidad,
Taurus, Buenos Aires.
[1]
“Yo soy mujer y hombre”.
[2]
Consideramos en este escrito esta división primigenia, pues es la condición
ontológica que se asume en la concepción de lo humano. Cabe mencionar que esta
distinción primera no excluye los casos de homosexualismo o transexualismo (tan
complejos en su comprensión y estudiados, con aciertos y errores, desde la
antigüedad hasta nuestros días), pues, a fin de cuentas, detrás de ellos
subyace la idea de ser realmente lo que se asume como su verdadero Ser: hombre
o mujer. Sí excluimos la bisexualidad porque consideramos que es una postura
que se refiere más a una apetencia sexual que emerge de condiciones
contextuales, tanto sociales como culturales, y no de una condición
esencialmente ontológica.
[3]
Aristóteles señala esta condición esencial de lo contrario y lo opuesto en su
Metafísica: “Lo Opuesto se dice de la contradicción, de los contrarios y de la
relación; de la privación y de la posesión; de los principios de los seres y de
los elementos en que se resuelven; es decir, de la producción y de la
destrucción. En una palabra, en todos los casos en que un sujeto no puede
admitir la coexistencia de dos cosas, decimos, que éstas cosas son opuestas,
opuestas en sí mismas, o bien opuestas en cuanto a sus principios. Lo pardo y
lo blanco no coexisten en el mismo sujeto, y así sus principios son opuestos. Se llaman Contrarias las cosas de géneros
diferentes que no pueden coexistir en el mismo sujeto; y las que difieren más
dentro del mismo género; las que difieren más en el mismo sujeto; las que
difieren más entre las cosas sometidas a la misma potencia; finalmente
aquellas, cuya diferencia es considerable, ya absolutamente, ya genéricamente,
ya bajo la relación de la especie. Las demás contrarias son llamadas así, las
unas porque tienen en sí mismas los caracteres de que hablamos, las otras
porque admiten esos caracteres, y otras porque, activas o pasivas, agentes o
pacientes, toman o dejan, poseen o no poseen estos caracteres y otros de la
misma naturaleza.” Aristóteles.
Metafísica, libro quinto, D, 1013b y ss.
[4]
Principio de individuación que opera a un nivel fisiológico elemental y que
tiene su desarrollo a un nivel psicológico también. A decir de Jung (1985,
p.259): “La individuación es, pues, un proceso de diferenciación que tiene por
objeto el desarrollo de la personalidad individual. La necesidad de la
individuación es algo natural en cuanto un impedimento de la individuación por
una normatividad —exclusiva o preponderante— de acuerdo con cánones colectivos sería
en peí juicio de la actividad vital individual. Ahora bien, la individualidad
es algo ya física y fisiológicamente dado, que naturalmente ha de expresarse psicológicamente
también.”
[5] “ubi conplexu coierunt membra tenaci, nec duo
sunt et forma duplex, nec femina dicinec puer ut possit, neutrumque et utrumque
videntur.” (IV, 377-379)
[6]
"«nato date munera vestro, et pater
et genetrix, amborum nomen habenti: quisquis in hos fontes vir venerit, exeat
inde semivir et tactis subito mollescat in undis!» motus uterque parens nati
rata verba biformisfecit et incesto fontem medicamine tinxit.” (IV, 383-388)
[7]
Para Jung (1970) los arquetipos son “contenidos
del inconsciente colectivo”. Es decir, una imagen arquetípica es aquella
que, teniendo un contenido particular en el inconsciente, su fundamento va más
allá de lo particular y echa sus raíces en la experiencia inconsciente de la
humanidad en general; esta como base de las representaciones de la colectividad
y toma sentido en lo particular a través de las imágenes de la experiencia
personal traducidas en símbolos.
[8]
Biblia Reina-Valera 1960.
[9]
En: Los Gnósticos, Vol I.
[10]
Para Valentín, Abismo es el principio originario del mundo, junto con Silencio.
Nota del Autor de este ensayo.
[11]
En: Los Gnósticos, Vol. II.
[12]
Naasenos u ofitas (por el término hebreo naas,
que significa serpiente) fueron una secta gnóstica que se existió en el S. I
d.C. en, sobre todo, Egipto y Siria.
[13] Hombre primordial andrógino.
[14]
Hipóstasis: en el sentido griego de ὐpόstasis:
fundamento, base,
sustancia, sedimento.
[15]
Que es entre las primeras 5 y 7 semanas de gestación en la hembra humana.
[16]
En el sentido más primario de “transgresión”.
[17]
Cfr. Finitud y Culpabilidad de Paul
Ricoeur, p. 260.
[18]
Se puede consultar este bello mito en: Códice
Chimalpopoca” (1992). pp. 120-121.
[19]
Por ejemplo en la India antigua
[20]
En: El Juego Áureo (2003), p. 172.
[21] Ad
putrescendum mandantur semina terrae,
Ut redeant tumulo corpora nostra latent
Sic insunt uni quoque cuncta Elementa
Elemento.
Si reliqua ex uno ritè vocare queas.
Hic scopus est operis, cunctorum haec meta
laborum ;
Si collimaris, clavis habebis opes.
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