lunes, 29 de julio de 2019

EL MITO EN “EL BANQUETE” DE PLATÓN


                                          



JOSE ALFREDO ORTIZ MADRIGAL




Dentro de la historia de la filosofía, hablar del mito y de sus funciones dentro de la historia humana ha representado un problema de no poca importancia.  Es larga la tradición en que se considera el término mythos  como una narración fantástica, un relato sobre hechos y seres imaginarios que hacen referencia, generalmente, a acontecimientos  en un  origen remoto y divino.  Desde esta perspectiva se ha considerado que el mito carece de los elementos esenciales para manifestar  una verdad; de hecho, en la actualidad, la palabra mito tiene una significación bastante común donde se considera que lo narrado es una ficción alejada de la realidad.

El problema se hace más relevante cuando grandes filósofos consideran que la filosofía es la historia de la superación del mito (como narración fantástica relacionada muy estrechamente con la religión) por el logos. [1] Popper  afirma que el dogma del  mito es sustituido en la antigua Grecia por una actitud crítica producto de la reflexión racional:
“[...] lo que considero nuevo en la filosofía griega, la nueva adición a todo esto, no consiste tanto en la sustitución de los mitos por algo más «científico», cuanto en una nueva actitud frente a los mitos. Creo que el hecho de que su carácter empiece a cambiar no es más que una consecuencia de esta nueva actitud. La nueva actitud a que me refiero es la actitud crítica. En lugar de transformar dogmáticamente la doctrina [con el único fin de conservar la tradición auténtica] encontramos una discusión crítica de la misma. Algunos empiezan a plantear preguntas; ponen en tela de juicio la integridad de la doctrina: su verdad.” [2]

El elemento central que sirve para hacer la distinción entre el mito y el logos es el carácter discursivo que se maneja en ambos. El mito se basa fundamentalmente en la oralidad para elaborar una narración que explica en forma simbólica la estructura y origen de los fenómenos de la realidad. Se inscribe dentro de la tradición de una sociedad, al carecer de una autoría personal pertenece a la colectividad.  Su fuerza radica en la intencionalidad conformadora del ser humano que adquiere la narración dentro de la estructura social; el mito modela las acciones del hombre a través de la instauración del tiempo originario  en el ritual, que se convierte en una verdad. Por eso el mito es  dinámico, cambia sustancialmente al paso del tiempo; las narraciones conservan el mensaje a través de un discurso que se presenta de diversas maneras dependiendo del orador que lo enuncie.

Por su parte, el logos es un discurso que se ordena racionalmente y que se construye a través de la palabra, al igual que el mito, pero de la palabra escrita. La escritura permite fijar en conceptos claros la explicación de la realidad y hace posible que su esencia sea la de demostrar racionalmente lo que se enuncia en el discurso. La  argumentación es la fuerza expresiva del logos, con lo que convence y  establece un diálogo para arribar a una verdad que es producto de la reflexión.

Sin embargo, esta actitud que contrapone el mythos al logos ha sido cuestionada en diversos estudios que hacen una revaloración de la importancia de la narración mítica en la construcción del pensamiento filosófico. Ya el propio Aristóteles señalaba en la Metafísica que la actitud filosófica surge de una admiración que se pone de manifiesto también en los mitos, por lo que aquellos que aman los mitos serán, en cierta mediada, filósofos. La actitud que toma el estagirita frente a los mitos no puede ser desdeñada y se hace necesario replantearse si efectivamente el problema de lo mitológico puede ser abordado seriamente como un tema propiamente filosófico.

El presente trabajo tiene como finalidad analizar la importancia que tiene el mito en la construcción discursiva de Platón como una forma de presentar y acceder a la verdad. Siendo Platón un personaje de los más influyentes en la constitución de la filosofía como una actividad basada en la razón, en el logos, resulta contradictorio en cierta medida que en una buena cantidad de sus obras recurra a las narraciones míticas para mostrar ciertos elementos de su doctrina. Es clásico señalar como ejemplo de esto el famoso mito (alegoría) de la caverna de la República, los mitos escatológicos que narran el destino del alma en el Fedón, o el mito de Prometeo y Epimeteo en el Protágoras, por mencionar sólo algunos. Sin embargo es en el Banquete donde se hace uso de este recurso de una manera magistral y bella. Los mitos que ahí se narran son fuente inagotable de discusión y análisis sobre diversos temas que giran todos en torno a eros, el amor.

Dificultad de entender el mythos en Platón.

Antes de iniciar el análisis de los discursos del Banquete, es necesario hacer algunos apuntes generales sobre la manera en que Platón concibe y maneja el término mythos en su doctrina.

Platón utiliza la palabra mythos en diversas obras y en diversas circunstancias asignándole valores significativos distintos que generan una vaguedad y una ambigüedad que se prestan generalmente a confusiones. En el Protágoras, por ejemplo maneja los términos mythos y logos  para hacer referencia, en el discurso del famoso sofista, a dos maneras de demostrar su argumento referente a la enseñanza de la virtud: “Bien, Sócrates, no me voy a rehusar, dijo; pero ¿cómo os lo demostrare? ¿Narrando una fábula (mythos) como un viejo a los jóvenes, o lo expondré mediante un discurso razonado (logos)?”[3]  Como es evidente, ambas formas de discurso son utilizadas bajo la misma consideración: como recursos retóricos que permiten a Protágoras llegar a la meta que se ha fijado: convencer a la audiencia de que su discurso es verdadero.

Esta es una de las formas estilísticas más efectivas con la que Platón utiliza los mitos; en los diálogos se marca muy claramente el tipo de audiencia al que se dirige el escrito: bien pueden ser filósofos (como en este caso), artistas (como en el caso del Banquete), e, inclusive, ciudadanos comunes y corrientes. Lo que resulta claro es que Platón incorpora en sus escritos narraciones míticas porque eran algo que, en la sociedad griega de su tiempo, tenía una importancia diferente en diversos contextos. La tradición atribuye a esas narraciones un valor ontológico que Platón no puede soslayar, ya que son la fuente de la mayor parte de las creencias que pretende refutar para exponer su doctrina. En La República, Céfalo hace ver a Sócrates la importancia que tienen para la sociedad los mitos: “Como debes tú saber, Sócrates, cuando se siente un hombre cerca de la muerte, le entra el temor y la inquietud por cosas que antes no le afectaban; y así las narraciones (mythos) que se propalan sobre el Hades, y de que habrá que expiar allí las injusticias cometidas aquí, estas historias, digo, de que antes se reía, ahora le alborotan el alma, pues a lo mejor resultan ser verdaderas.”[4] El impacto de los mitos vivos en los atenienses es tal que su conducta puede modificarse cuando se accede a ellos. Por eso Platón considera de suma importancia la incorporación de este tipo de narraciones para llegar con mayor vigor a la psyche  de la audiencia; aunque, después, confronta lo que se expone en la narración con un discurso racional que hace ver al mito como una mentira, como “cuentos de viejas”, tal como dice Trasimaco en La República (350e).

La depreciación del mito es uno de los argumentos que más se asocian con la doctrina platónica. Esto tiene su fundamento en los propios diálogos, donde el autor constantemente, por boca de Sócrates, equipara el mythos con fábulas y cuentos mentirosos. Si volvemos a  La República, ahí constataremos que recurrentemente se hace alusión a la falsedad de los mito; en 377a Sócrates señala a Adimanto que en cuanto a la educación:” ¿No has advertido, le dije que lo primero es contarles fábulas (mythos) a los niños? Ahora bien, esas fábulas no son en conjunto sino mentiras, por más que en ellas haya a veces algo de verdad.”[5]  Es claro que en este pasaje, y en muchos otros a lo largo de su obra, Platón concibe al mito como algo falso (eipein yeudoz,  eipeîn pseudos), como una mentira que está presente en la sociedad de una manera muy arraigada, tanto que es algo que se utiliza frecuentemente en la primera educación.

Sin embargo, queremos resaltar algo de una importancia elemental. El asunto es la siguiente cuestión: ¿por qué si el mito, de acuerdo con Platón, es una mentira, es utilizado con tanta frecuencia por el autor y fomentado en la sociedad? La respuesta se vislumbra en el pasaje antes citado cuando Sócrates acepta que en los mitos “hay, a veces, algo de verdad”.  Esta aseveración se presenta como una contradicción que conjunta verdad y mentira en un solo argumento; sin embargo, es necesario aclarar a que tipo de verdad se refiere Platón para poder avanzar en al análisis del mito, cosa que se hará a partir de la presencia de las narraciones míticas en El Banquete.

Como puede notarse, la manera en que Platón maneja el mito presenta grandes dificultades, tanto de interpretación como de conceptualización. Pero es menester precisar que dentro de esos escollos resalta la apreciación platónica sobre la importancia de los mitos en la construcción de su pensamiento, sobre todo el que se refiere a la verdad  sobre ciertos aspectos del mundo en los que la razón se ve imposibilitada para dar una explicación. En el Fedón, después de que Sócrates expone, en forma de narración mítica, el destino de las almas en el más allá, termina argumentando: “Ahora bien, el sostener con empeño que esto es tal como yo lo he expuesto, no es lo que conviene a un hombre sensato. Sin embargo, que tal es o algo semejante lo que ocurre con nuestras almas y sus moradas, puesto que el alma se ha mostrado como algo inmortal, eso sí estimo que conviene creerlo, y que vale la pena correr el riesgo de creer que es así. Pues el riesgo es hermoso, y con tales creencias es preciso, por decirlo así, encantarse a sí mismo; razón ésta por la cual me estoy extendiendo yo en el mito desde hace rato.”[6]  El mito se convierte en algo que sirve para comprender, o por lo menos creer conscientemente, lo que esta fuera de los límites de la propia experiencia humana y vale la pena aceptarlo como una posibilidad de acceder a esas verdades trascendentes.


EL MITO EN “EL BANQUETE”.

El  Banquete es la obra de Platón que mayores recursos literarios despliega para llegar a establecer un argumento filosófico que explica, a la manera socrática, un punto importante en la doctrina platónica: la función del amor (eros) en la adquisición del conocimiento. De ahí que sea uno de los diálogos más atrayentes, bellos y de agradable lectura. Pero lo que realmente importa en estos momentos es que el texto se presenta como un conjunto de narraciones míticas que tienen la finalidad de hacer un encomio o alabanza del amor. La utilización de mitos en la obra se da en diferentes perspectivas y se ponen en boca de diferentes personajes, lo que hace que sea un buen ejemplo de la manera en que Platón maneja y concibe este recurso para acceder a cierto tipo de verdades.

El tema de la obra se integra muy bien con el contexto en que se le presenta: un banquete o simposio, donde se discute libremente sobre una cuestión elegida por consenso mientras se bebe vino y se disfruta del placer de la música. En el caso del banquete platónico el tema a discutir es, a propuesta de Fedro, el encomio de eros; los personajes que ahí se presentan hablando del amor son representativos de lo más excelso de la sociedad ateniense: Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, Agatón y Sócrates. Cada uno compone, desde su muy peculiar perspectiva, una alabanza al amor, donde se van delineando los rasgos que Platón retoma para exponer su propia doctrina sobre el eros. Lo más singular del diálogo es que los personajes exponen su alabanza recurriendo a narraciones míticas que se van enlazando, complementando y oponiéndose en un juego dialéctico que se sintetiza en la exposición de Sócrates. Analizaremos brevemente los discursos de los personajes, centrándonos en los mitos que mencionan, para evidenciar la importancia que atribuye Platón al mythos en esta obra.


EL DISCURSO DE FEDRO.

Fedro es el que propone el tema en el banquete, por lo que le corresponde ser el primero en hablar para hacer la alabanza del amor. Su discurso es altamente retórico, creado para el agrado de la concurrencia. Recurre a la autoridad de los poetas para justificar su argumento, que podría sintetizarse en las palabras que dice al final: “Así, pues, lo que sostengo es que el Amor no sólo es el más antiguo de los dioses y el de mayor dignidad sino también el más eficaz para que los hombres, tanto vivos como muertos consigan virtud y felicidad.”[7] Los elementos que toma Fedro para hacer esta afirmación se hayan vinculados estrechamente con la tradición mítica griega donde el cosmos es representado por el desenvolvimiento de las divinidades: la teogonía es igual a la cosmogonía.

En palabras de Fedro, el Amor es el más antiguo de los dioses, es decir, es el principio generador del Universo, tal como Hesiodo lo menciona[8]. El plantear esta condición del Eros como el elemento esencial ubica el discurso en el plano de los mitos cosmogónicos, donde se  hace referencia a algo concreto que tuvo un origen en el tiempo primordial pero que sigue vigente y presente en el mundo actual, por lo que su verdad originaria se corrobora en la presencia evidente del fenómeno explicado. Mircea Eliade apunta que: “para un hombre arcaico el mito del origen del mundo es probado por la existencia del mundo; es decir, para un hombre mítico la existencia de los hechos a los que se refiere el mito es prueba  de su veracidad.”[9] El Eros se manifiesta como principio generador, de acuerdo con el discurso de Fedro, porque el amor origina en el mundo real la virtud y la felicidad; la prueba de esto es la evidencia tangible  del fenómeno amoroso, que genera en los hombres enamorados “la vergüenza ante la deshonra y al emulación en el honor” [10]además de inspirar el “divino valor” que lleva tanto a hombres como mujeres a realizar los actos de heroísmo y sacrificio más sublimes.
A través de la mitología, Fedro hace llegar a la audiencia una verdad, incuestionable en la tradición, sobre el origen del amor basándose en el principio de autoridad de los poetas, lo que hace que su discurso pierda fuerza, pues en el pensamiento griego de los tiempos de Platón el atributo de la verdad se le reservó al lógos, como relato fiable o discurso argumentativo. Debido a esto la poesía queda desvalorada[11] y el discurso de Fedro es superado fácilmente por la filosofía platónica.

EL DISCURSO DE PAUSANIAS.

Pausanias sigue en la misma línea argumentativa de Fedro al exponer los orígenes del amor a partir de elementos mitológicos, sólo que él lleva su discurso a cauces que trasladan las acciones divinas a la acción humana. Parte de una petición de principio al afirmar que no existe Eros sin Afrodita, y recurre al mito para explicar la existencia de dos tipos de amores: el amor pandemo, vulgar (que corresponde a Afrodita Pandemos) y el amor uranio, celeste (que corresponde a Afrodita Urania). Pausanias utiliza esta distinción para justificar algo que aparecerá después en el pensamiento platónico con mucha fuerza: el verdadero amor es el que procura Afrodita Urania, pues en él no hay participación de hembra[12]. Es un amor que se dirige a las almas más que a los cuerpos.

En el discurso de Pausanias, el mito juega el papel de ser el elemento que justifica acciones humanas como la pederastia, buscando los orígenes de esta en las narraciones míticas que prevalecen en la tradición. La narración es un mecanismo de persuasión que utiliza el lenguaje metafórico como un recurso para llegar a un tipo de audiencia en particular. Recordemos que en el banquete están reunidos personajes que representan lo más elevado de la sociedad. Justificar la pederastia en esos ámbitos equivale a justificarla como una forma de conducta aceptable y buena. Y el mito le sirve muy bien a Platón-Pausanias.


EL DISCURSO DE ERIXIMACO.

Eriximaco continua la línea de Fedro y Pausanias al considerar que el amor es un dios grande y admirable, pero extiende su acción al cosmos todo pues considera que: “no sólo existe en las almas de los hombres como una atracción a los bellos mancebos, sino también  en las demás cosas como una inclinación a muchos otros objetos, tanto en los cuerpos de todos los animales como en los productos de  la tierra y, por decirlo así, en todos los seres...”[13] El amor deja de ser epythumia (deseo), para convertirse en armonía (el eros como philia) cósmica, que nace como consonancia de los opuestos.

Los tres discursos anteriores se mueven en un plano donde el mito es utilizado como un elemento lingüístico que justifica ciertas posturas del autor. Los tres se complementan y se ligan en ciertas ideas comunes: la consideración del amor como un dios que influye tanto en los seres humano como en los propios dioses y la narración de su genealogía que se rastrea en las alegorías que presentan los mitos tradicionales. Es claro que el valor ontológico de la verdad que se enuncia en estos mitos radica exclusivamente en la posibilidad de que el discurso, a nivel del lenguaje, pueda otorgar un sentido, un significado a las palabras con las que se enuncia. Según Emilio Lledo los mitos, presentados aquí como recurso literario-narrativo, “tienen el poder de abrir el campo de la significatividad, de ampliar la sensibilidad humana, haciendo recalar en la palabra un insospechado dominio de experiencias no tenidas, de alusiones no comprobadas que, desee el mar de la vida y de la historia, llegan al lector por los sutiles canales de los signos.”[14] En estos discursos, los mitos permiten sintetizar elementos complejos de la existencia humana y del mundo en una narración, permiten que la conciencia penetre en el misterio de los origines y aceptar ciertos planteamientos que de otra manera no podrían ser presentados porque carecen de una certeza absolutamente racional.


EL MITO DEL ANDRÓGINO DE ARISTÓFANES.

El discurso de Aristófanes es uno de los más conocidos de la obra de Platón porque incluye un mito que ha trascendido el propio tiempo del autor: el mito del andrógino. Marca una ruptura con los discursos anteriores porque no presenta una genealogía del amor, sino que pretende mostrar su “poder” y su naturaleza.  Hace una transición del amor como divinidad al amor como una cualidad que impulsa al ser humano a recobrar una naturaleza primigenia perdida. El andrógino remite a un mito antropogénico que narra acciones en un tiempo primordial, el tiempo de los dioses, que es distinto al tiempo de los hombres, un tiempo donde las cosas son perfectas. El andrógino es un ser esférico (que remite a las tradiciones pitagóricas que ven en la esfera el cuerpo perfecto) que no requiere de nada más para ser lo que es, ontológicamente es un ser completo. Sin embargo, la trasgresión (hybris) a los mandatos divinos hace que el andrógino sea desgarrado en dos, generando así a los seres humanos tal como son.

Este mito es muy importante porque abre las puertas a la explicación de la complejidad de las relaciones humanas en cuanto al amor se refiere. Es a través de la justificación mitológica que se acepta como algo de la naturaleza humana la sexualidad en cualquiera de sus formas (heterosexual u homosexual). El impulso erótico obedece al deseo de retornar a esa unidad originaria: “la causa de este anhelo es que nuestra primitiva naturaleza era la que se ha dicho y que constituíamos un todo; lo que se llama amor, por consiguiente, es el deseo y la persecución de ese todo.”[15] El amor pasa de ser algo que compete sólo a la divinidad para formar parte de la naturaleza humana.

El mito aristofánico acerca a la audiencia, a los participantes en el banquete, a la comprensión del origen de algo que está más cercano y de lo que se puede hablar con mayor certeza: el deseo. Sin embargo, lo fundamenta en una narración que tiene como elemento central la idea de un castigo que origina las condiciones de ese mismo deseo.[16] Dentro de la mentalidad humana, esta idea de que ciertas cosas que se dan en el mundo provienen de un castigo originario es algo que se asume como verdad en los esquemas de pensamiento de la mayoría de las culturas; de esta forma, Platón recurre a algo que esta arraigado de una manera total en el pensamiento griego para validar, a través de la repetición de ese esquema de pensamiento en la narración mítica, una verdad que se presenta solamente como una hipótesis en el discurso.

En este mito se devela, a través del lenguaje, la esencia de algo que difícilmente puede ser alcanzado por la razón: el deseo, la pasión humana que se manifiesta en el amor, pues cuando los seres humanos “se encuentran con aquella mitad de sí mismos, tanto el pederasta como cualquier otro tipo de amante, experimentan entonces una maravillosa sensación de amistad, de intimidad y de amor, que les deja fuera de sí, y no quieren, por decirlo así, separarse los unos de los otros ni siquiera un instante.”[17] Difícil cosa es explicar esto racionalmente, pues son conductas que parecen una locura[18] inexplicable; el recurso de Platón es evidente: utiliza el mito para hablar de aquello que se presenta como un fenómeno real pero del que sólo se pueden hacer hipótesis y suposiciones.

El argumento del deseo como algo natural al ser humano, ligado estrechamente con la sexualidad, lo retomará Sócrates en su discurso para darle una nueva perspectiva que ligara con la concepción de Aristófanes  del amor como carencia y necesidad.


EL MITO DEL NACIMIENTO DE EROS.

El discurso de Sócrates es el más importante de la obra porque sintetiza todo lo expuesto anteriormente y establece una conexión entre mythos y logos en la justificación de la doctrina erótica de Platón.  Centrémonos en el análisis del mito del nacimiento de eros para apreciar como se maneja desde esta perspectiva.

Por principio de cuentas, Sócrates hace una crítica a la manera en que los anteriores personajes han hecho el encomio del amor, pues a su consideración, manejan cosas falsas: “no era ese, al parecer, el modo correcto de elogiar cualquier cosa, sino el atribuir al objeto el mayor número de cualidades y las más bellas, se dieran o no en realidad. Y si estas eran falsas, la cosa carecía de importancia, pues lo que se propuso fue, al parece, que cada uno de nosotros cuidara de hacer en apariencia el encomio del Amor, no que este fuera renalmente elogiado.[19] A partir de esto, Platón pone distancia y hace un ataque a la argumentación retórica que utiliza el lenguaje, en este caso las narraciones míticas, como elementos ostentosos que convencen a los “ignorantes” pero no a los “entendidos”. Los mitos anteriores son vistos, a los ojos de Sócrates como aquellos “cuentos de viejas”  a que hace referencia Trasímaco en la República y que sólo engañan y mienten a los oyentes.

La postura de Sócrates es la de decir la verdad sobre el Amor, pero, curiosamente, también lo hace a partir de un mito. ¿Cómo puede Sócrates, después de hacer esta critica a los anteriores discursos, introducir a los oyentes en las verdades del amor por medio de un mito?  El punto es que Sócrates avanza en el sentido de que el mito que presenta tiene una relación directa con el logos; lo narrado en el mito tiene una posterior explanación racional que hace que este cobre un sentido en el cual las palabras no son meras alegorías, meras referencias que trasladan al oyente a lugares y acciones a través de la imaginación. El significado de las palabras se traslada a otro sistema conceptual que lo lleva al nivel de comprensión del logos, la alegoría se convierte en síntesis explicativa: “La naturaleza del mito (del nacimiento de eros) no es traslaticia, no traslada a otro plano (caso del “como”), ni tampoco funciona por aproximación como la alegoría, donde se introducen significados extraños, ajenos y, lo que es más, dejando ver la hendidura, haciendo patente que está en vez de lo otro, sino que por el contrario, su naturaleza es especialmente sintética.” [20] El mito abra así la posibilidad de acceder a la verdad sobre lo que se ha discutido con anterioridad.

La narración del nacimiento de Eros, de Poros y Penia, pone en el discurso las características esenciales del eros que fungirá como motor en la escala de ascensión del conocimiento de la Belleza/Bien:
“Por su naturaleza no es mortal ni inmortal, sino que en un mismo día a ratos florece y vive, a ratos muere y de nuevo vuelve a revivir gracias a la naturaleza de su padre. Pero lo que se procura, siempre se desliza de sus manos, de manera que no es pobre jamás el Amor, ni tampoco rico. Se encuentra en el término medio entre la sabiduría y la ignorancia.”[21]

El eros es una entidad  intermediaria (metaxii) entre lo divino y lo humano, es un daimon, un ser que posee características tanto divinas como humanas. ¿Cómo podemos interpretar esto en función de la relación mythos/logos?

Debemos suponer, primero, que tanto el mito como el  logos se manejan, en la teoría Platónica, en dos niveles diferentes. El mythos auténtico corresponde a una realidad divina, narra lo divino, lo sagrado, habla de “los dioses, los demonios, de los héroes y de los habitantes del Hades.”[22] El logos (en el sentido que lo usa Platón) corresponde a la realidad y actividad del ser humano en tanto que le permite comprender y expresar el mundo. En segundo lugar, debemos suponer también que la verdad es necesariamente diferente en esos ámbitos. En la ontología de Platón la verdad se encuentra en el mundo de las ideas, el mundo sensible es apariencia, participación de los modelos eidéticos que son incorpóreos, eternos e inteligibles. El ser humano no puede acceder al conocimiento pleno de esas ideas a causa de su naturaleza sensible y material; en estos límites se circunscribe el logos racional como cualidad humana.

Lo divino representa la inmortalidad, la felicidad, la posesión de la belleza; atributos que, por esencia el ser humano no tiene. Para acceder a ellos, se necesitaría dejar de ser hombre, convertirse en dios. En este punto, la teoría platónica considera esencial para poder llegar al conocimiento de las verdades y cualidades divinas la incorporación de la figura de eros como daimon.

El eros sirve de puente entre lo humano y lo divino, discurre entre el lenguaje mítico y el lenguaje racional, se expresa a través de discursos metafóricos y conceptuales. A través de él “el Todo queda ligado consigo mismo”[23]pues “la divinidad no se pone en contacto con el hombre, sino que es a través de este género de seres por donde tiene lugar todo comercio y todo diálogo entre los dioses y los hombres, tanto durante la vigilia como durante el sueño.”[24]

Esto es muy importante porque pone de relevancia algo que Platón filtra a lo largo de su obra: el hombre puede acceder, por medio del  una intermediación entre el lenguaje mítico y el lenguaje racional, a las verdades que sobrepasan la condición humana. Esta conjugación se evidencia claramente cuando Diotima señala que el eros intermediario debe ser un eros filosófico, “algo intermediario entre el sabio y el ignorante”[25] Sólo aquel que acepta que ignora, aquel que acepta que existen verdades más allá de una captación racional puede tener la posibilidad de acceder a ellas. Los que poseen estas verdades (los dioses) no las desean; los que las ignoran no las buscan.

Los mitos abren la posibilidad de que el ser humano se de cuenta de la existencia de esas verdades, de que hay algo que sobrepasa lo humano, llámesele divino, sagrado, o como sea. En Platón, los mitos sintetizan y evidencian una verdad de la que solo se puede hablar cuando hay participación entre  la razón y el lenguaje que se expresa por medio de símbolos. El Banquete es un claro ejemplo de ello.

La obra escrita se presenta como mito, como un recuerdo; lo característico del mito es que es eso, precisamente, un recuerdo, como lo es el diálogo –me estoy refiriendo a la obra escrita, tal como lo expresa el famoso pasaje de Fedro, 274b-278e. Como es sabido, a este pasaje se le ha otorgado especial atención con ocasión de la disputa sobre la significación de la denominada “doctrina no escrita”, pues, a diferencia de la Carta VII, cuya autenticidad sigue siendo puesta en duda, nadie considera al Fedro un diálogo apócrifo. En este pasaje, Sócrates utiliza el mito de la invención de la escritura para poner en guardia ante los peligros que esta comporta: no se trata de una ayuda para el recuerdo y la sabiduría, sino que, más bien, causa olvido y conocimiento aparente, porque los hombres no confiarán ya en la interioridad del alma, sino en la exterioridad de lo escrito. A través de la escritura, sostiene Sócrates, no se puede transmitir un arte ni nada claro y firme (cf. Fedro, 275d, 277d-e). Para Sócrates, la obra escrita del sabio es solo juego (cf. ibid., 276b-e, 277e), un juego que Fedro llama mythologein (cf. ibid., 276e3). Los escritos son, para el sabio, recordatorios, hypomnemata (cf. ibid., 276d3, 275d, 278a), que atesora para él, para la vejez, en caso de que esta llegue, y para los que siguen su misma huella. Mucho más hermoso que este juego es el tratamiento educativo serio, cuando, a través de la dialéctica, se inscriben en el alma los logoi científicos sobre la justicia, lo bello y lo hermoso, logoi vivientes que pueden reproducirse y adquirir vida en el alma del alumno y que nacen en la del maestro cuando descubre algo. Estos logoi pueden recibir la ayuda directa de su sembrador y padre.

Este pasaje muestra, creo yo, la diferencia entre las dos clases de logoi, el mito y el logos surgido del diálogo, en especial del diálogo dialéctico. Ambos son una forma de recuerdo y de recuerdo de una verdad; ambos son, de manera diferente, anamnesis. La dialéctica va despertando en el alma del alumno el recuerdo de las verdades que ha visto en el más allá, mientras que el mito requiere de una mirada experta que permita entrever a través de su variopinto tejido las verdades últimas, difíciles de escrutar para el que carece del conocimiento necesario. El mito tradicional, tal como lo recibimos, no tiene padre conocido y no puede recibir ayuda, como la obra escrita. Vaga de boca en boca, sin que se comprendan sus verdades últimas, pero también las conserva, como el mito de Glaucón sobre la naturaleza del alma (cf. República, 611c-d) o el mito de Atreo y Tieste (Político, 268e-269a). Lo mismo vale para la obra escrita del propio Platón o la de Protágoras. La relación directa con el padre y el carácter fósil o viviente son las características que diferencian no el mito del logos, sino el logos filosófico de la infinidad de logoi que inundan y gobiernan las almas de los hombres.


BIBLIOGRAFÍA
-Eliade, Mircea. Mito y Realidad, Colombia, Labor, 1994.
-Lledo, Emilio. La memoria del logos, Madrid, Taurus, 1996.
-Platón. El Banquete, Navarra, Folio, 1999, (trad. Luis Gil).
-   --    . Fedón, Navarra, Folio, 1999, (trad. Luis Gil).
-   --    . La República, México, UNAM, 2000.
-   --   . Protágoras, México, UNAM, 1993.
-Popper, Carl. Conocimiento objetivo, Madrid, Tecnos,  1992.
-Ruiz Yamuza, Emilia. El mito como estructura formal en Platón, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1986.




[1] (del griego logos, que proviene del verbo legein, que originariamente significaba hablar, decir, narrar, dar sentido, recoger o reunir) Se traduce habitualmente como razón, aunque también significa discurso, verbo, palabra. En cierta forma, pues, significa razón discursiva que muestra su sentido a través de la palabra. (Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99.. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.)
2 Popper, Carl. Conocimiento objetivo, p.312.
[3] Platón. Protágoras, p. 15. (los paréntesis que se incorporan en las traducciones son nuestros, salvo que se indique lo contrario).
[4] Platón. La República, 330d, p. 5.
[5] Ibid. 337a , p. 67. 
[6] Platón, Fedón, 114c, p. 240.
[7] Platón. El Banquete, (180b), p, 40.
[8] Cfr. Ibid.(178a), p. 36.
[9] Eliade, Mircea. Mito y Realidad, p. 64.
[10] Platón, op. cit. (178c), p. 37.
[11]Cfr. la crítica de Platón a la poesía en el Libro X de La República.
[12] Cfr. Banquete, (181c) p. 42.
[13] Ibid. (186b), p. 49.
[14] Lledo, Emilio. La memoria del logos, p. 120.
[15] Platón. Op.cit. (193a), p.61.
[16] Es preciso observar que no se explica el origen del deseo, sino el por que existen deseos diferentes.
[17] Platón, op. cit. (192c), p. 60.
[18] “El caso es que los bienes mayores se nos originan por locura, otorgada ciertamente por divina donación”, dice Sócrates en el Fedro (244a). Platón considera la locura erótica como “locura divina”.
[19] Platón, op. cit. (199d), p. 71.
[20] Ruiz Yamuza, Emilia. El mito como estructura formal en Platón, p. 56.
[21] Platón, op.cit. (203d), p. 81.
[22] Platón, La República, (392a), p. 84
[23] Platón, El Banquete, (203a), p. 79.
[24] Ibidem. Es por eso que el mito de eros es expresado por Diotima de Mantinea.
[25] Ibid, (204b), p. 81.

viernes, 26 de julio de 2019

Lo religioso como estructura del pensamiento: acercamiento filosófico al proceso de configuración del hombre y del mundo sagrado




La filosofía contemporánea se estructura como una forma del pensamiento que da cuenta de los problemas más arduos y complejos de la realidad. A este acto del pensar se le pueden imputar todos los reproches que se elaboran desde parámetros correspondientes a otros ámbitos del mismo pensamiento: que se ajena de la realidad concreta y de los problemas más inmediatos de los individuos; que sus abstracciones intelectuales solo complican más el enmarañado mundo de las significaciones; que los que se dedican a ello se vuelcan a un nivel de comprensión que raya en la locura y la incomprensión; en fin, los reproches se diversifican y generan una imagen de la filosofía por demás negativa y caricaturizada. Sin embargo, lo que no se puede negar ni cuestionar sin más es el hecho de que el filosofar es una forma de ser del ser humano, una manera de estar y relacionarse con la realidad. Si bien la filosofía, la capacidad de filosofar, se aposenta como atributo o potencia (facultad) del hombre, es necesario reconocer que como tal es una actividad o despliegue del pensamiento que necesita desarrollarse y consolidarse en las formas de pensar del mismo hombre. La aseveración de Gramsci (y de otros más)  de que todos los hombres son filósofos es totalmente ingenua si se considera que el simple hecho de pensar lleva como consecuencia lógica el hecho de filosofar. Descartes (2014), el considerado padre de la filosofía moderna, aclara en el Discurso del Método (p. 101):
El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada cual piensa que posee tan buena provisión de él, que aun los más descontentadizos respecto a cualquier otra cosa no suelen apetecer más del que ya tienen. En lo cual no es verosímil que todos se engañen, sino que más bien esto demuestra que la facultad de juzgar y distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que llamamos buen sentido o razón, es naturalmente igual en todos los hombres; y, por lo tanto, que la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros, sino tan sólo de que dirigimos nuestros pensamientos por derroteros diferentes y no consideramos las mismas cosas. No basta, en efecto, tener el ingenio bueno; lo principal es aplicarlo bien.
Así, todos pensamos, pero no todos lo hacemos de la misma manera. De hecho, filosofar requiere un orden específico diferente a cualquier orden de pensamiento propio también del ser humano. Filosofar es pensar ordenadamente desde la particularidad de lente pensante. Esto es a lo que los griegos llamaron logos y los latinos ratio, y que el desarrollo ulterior del pensamiento filosófico ha ponderado como atributo sine qua non de la propia filosofía; llegando a extremos lamentables a lo largo de la Historia de la Filosofía, y con mayor énfasis en la llamada Filosofía Moderna; en donde se asume que cualquier otra forma de estructurar el pensamiento no sólo no es filosófica, sino que se considera como despreciable y carente de validez como estructura cognitiva de la realidad.
Esto anterior es lo que acaece en el ámbito de la Filosofía Contemporánea (entendida como un proceso de pensamiento racional y comprensivo de la realidad) cuando se enfrenta al pensamiento religioso. Como los marcos estructurales de lo religioso no pueden reducirse cabalmente a aspectos meramente racionales que pone como condición el pensamiento filosófico, se suele negar un valor explicativo validado por los propios cánones de la filosofía. Lo que se llega a decir, en este contexto, es que lo religioso corresponde a una infraestructura del pensamiento que sienta sus bases en los elementos más primarios que, por lo mismo, no aporta en definitiva una forma de comprensión de la realidad acorde con los principios de la razón lógica. Pero, a pesar de ello, la filosofía se ocupa, aunque tangencialmente, de lo religioso a través de la llamada Filosofía de la Religión. ¿Cómo se constituye este hibrido que encierra en su propia definición una contradicción aparente, pues los principios que del pensamiento de los cuales emanan cada una de estas formas es evidentemente distinto y contrapuesto? En otras palabras, ¿es posible, y en qué medida y bajo qué condiciones, hacer filosofía (pensar filosóficamente) de la religión (pensamiento filosófico), utilizar la razón para comprender las formas en las que se despliega el pensamiento filosófico? ¿O es necesario revalorar y redefinir ambas estructuras para marcar las distinciones epistémicas y explicativas que poseen cada una y, en esa medida, valorar de otra manera el pensamiento religioso y darle un sentido más cercano a sus propios principios que nos lleve a reconocer el él la base sólida de la constitución de lo humano y del mundo? A esto se referirán las breves líneas que constituyen el trabajo presente.

      1.  Planteamiento del problema en términos del ser del hombre como principio de relación.
     
La existencia del ser humano está determinada por las condiciones que le impone su propia forma de estar en la existencia misma. Es un ente complejo que, en primera instancia, se objetiva en su estancia dentro del existir a partir de los fundamentos materiales que lo constituyen en el grado más elemental de la extensión corporal que lo compone. El cuerpo y la corporeidad se establecen como el primigenio fundamento de su presencia en la existencia. En el más pleno sentido de la necesidad, el cuerpo posiciona en la dimensión de lo real al ente particular que se distingue de lo otro a partir de las dimensiones espacio-temporales que constituyen la efectiva presencia del cuerpo como cosa en y dentro del conjunto de lo existente. Lo particular de esta existencia solo puede ser dado en función de estas determinaciones causales: el cuerpo es presencia solo si es ubicado en su materialidad en un sitio y en un momento precisos; fuera de ellos, el ente humano se pierde en la masa confusa de lo informe material.
Lo corpóreo-material en su particularidad se configura como una unidad en sí que se distingue de otras estructuras unitarias a partir, precisamente, de su unidad. Sin embargo, tal unidad es una forma de presentarse, de comparecer en la existencia, pues está integrada por una diversidad de elementos diferentes en sí mismos que se interrelacionan de tal manera que sus relaciones son sustanciales para constituir el cuerpo particular que se diferencia de lo otro. Entonces, el cuerpo es un conjunto diverso de elementos otros que se unifican en un todo para constituirse como un otro frente a lo otro.
     En este sentido, se puede decir que lo corpóreo-material determina la existencia en función de una relación dialéctica consigo mismo y con lo que le rodea: solo existe en la medida en que existe lo otro corpóreo-material que se le opone como su no ser en tanto extensión espacio-temporal. De esta manera, el cuerpo como sustrato primigenio del existir solo es objeto en tanto que su ser está determinado por la distinción con los otros objetos, con lo que no es él mismo como materia corporal. Hay ahí un primer posicionamiento del ente en la existencia a partir de la distinción ontológica en el grado más esencial: un cuerpo es diferente, y precisamente por eso es cuerpo, de lo otro en la medida en que los elementos que lo constituyen son diferentes entre sí y conforman un todo que, asimismo, es diferente de cualquier otra configuración unitaria de elementos materiales diversos.
Establecemos así el primer estamento relacional en la constitución de lo humano. Una doble relación en el sentido de la unificación especifica de los elementos distintos que constituyen el cuerpo y  la diferencia estructural de la unidad con otras unidades múltiples. El cuerpo es posicionamiento material, posición es identificación de las peculiaridades de lo posicionado, y la peculiaridad solo es en la distinción, en la relación material del objeto con los otros objetos.

2. El cuerpo y sus relaciones externas como primera forma de ser del hombre.

Es evidente en esta reflexión que el cuerpo es el sustrato fundamental de lo humano. Pero es necesario avanzar hacia lo propio del hombre a partir de la distinción de su objetividad material con los otros objetos. El cuerpo es, sin más ni más, un objeto entre otros objetos; pero no es sólo un “entre”, pues su inclusión en la materia diferenciada de los objetos se da de una manera singular: su estar entre los objetos no es un mero estar entre, es un estar entre y frente a los propios objetos. Esto quiere decir que si existe una distinción existencial entre los objetos en sus condiciones particulares de unidades múltiples,  existe también, y en sentido esencial, una distinción entre el objeto cuerpo-humano de y los otros objetos que emana desde la interioridad del mismo y que le permite establecer una nueva dimensión en la relación con lo otro.
         Para poder concebir la existencia de una interioridad se tiene que partir, en principio, de la evidencia del recorrido de lo exterior hacia el interior del objeto. El cuerpo humano no solo está entre los objetos, sino que en su estar participa de ellos en tanto que las formas estructurales que lo conforman permiten un proceso de aprehensión interna de aquellos otros objetos con los que se enfrenta.  La sensibilidad humana es un pathos primario en tanto que la forma en que los objetos externos se le presentan son una afección; es decir que la forma en que los cuerpos externos se enfrentan al cuerpo humano le provocan un estado dinámico de estímulos que alteran sustancialmente el orden interno del propio cuerpo. La sensibilidad (es decir, la relación material con los objetos materiales) provoca un desequilibrio permanente en las estructuras internas del cuerpo. El tocar, ver, u oír alteran en la propia materialidad los  estados espacio-temporales de las estructuras internas: es un proceso en el cual se estableces nuevas formas de relación interna entre los elementos que constituyen al cuerpo. Literalmente, la sensibilidad interioriza el cumulo de materia que se presenta al alcance del cuerpo; el cuerpo se vuelve así hacia sí mismo y se expande al perder su ser particular primigenio y ser ahora el todo-otro en su interior. El hombre, en este estado primordial es uno y todo, es interioridad plena que se llena de los objetos sin una distinción esencial: es uno con Todo, el Todo en el Uno. Experiencia perinatal que es estado primordial de comunión acogedora en la existencia: el cuerpo sensible es la existencia misma en su plenitud, es el absoluto del ser indeterminado. El paraíso donde el ente particular es infinito en su dimensionalidad; el espacio-tiempo es él mismo y por eso es atemporal y aespacial, pues su interioridad absorbe las distinciones existenciales de los objetos.
         A partir de la sensibilidad corporal emerge un nivel distinto de la relación; ahora esta se establece al interior y se determina como la capacidad de aprehender lo externo y hacerlo uno con la propia unidad. Todo es en ello, la diversidad se anula al interior, es el Ser Absoluto vuelto hacia la Nada, es Dios en el infinito de su propio interior.

3. El pensamiento como proyección hacia lo externo, desgarramiento del ser y estado de caída del hombre.

El estado paradisiaco de Unidad con el Todo, que Nietzsche celebra en el capítulo Uno de El Nacimiento de la Tragedia  como feliz retorno del hombre a él a partir del estado dionisiaco, permanece como un trasfondo primigenio que configurará en el hombre las intuiciones de infinito, de eternidad y de nada. Pero, al igual que en el mito bíblico del Génesis, ese ente cuasi divino en su presencia en la existencia es arrojado a otro entorno, a otro nivel, es condenado a salir de si, de su Unidad absoluta y proyectarse al exterior en un desgarre sustancial que lo distinguirá de ese Todo desde sí mismo y desde su interior. Principium individuationis que separa y desgarra al ser eterno-infinito en los límites del yo.
   La aprehensión sensible genera en el cuerpo humano estructuras nuevas que permiten una relación diferente con lo externo. La imaginación y la memoria son la huella, la impronta que deja lo corpóreo-material externo al interior de sí mismo. A partir de ellas puede recrear, resonar, dentro de sí mismo aquello que el cuerpo puede retener con sus diferentes elementos de los objetos: colores, olores, sonidos, texturas; todo esto tiene un fondo en la estructura somática de lo existente, pues los sentidos son afectados a partir de la relación especifica de una estructura corporal con su correspondiente material en el objeto. El ojo ve solo lo visible, el oído solo oye lo audible; el ojo no oye ni el oído ve.
  Pero lo visible y lo audible de los objetos externos se constituye al interior del cuerpo humano como una impresión que perdura y se almacena. Las imágenes sensibles reaparecen en la memoria corporal y permiten una anticipación al en sí de los objetos externos en la medida en que tales imágenes sensibles se relacionan al interior con el objeto captado en su inmediatez; se opera un proceso que, en y a través de la relación mencionada, configura una imagen mediada del objeto que ya no será el objeto sensible en sí mismo, sino el objeto de la imagen interna que se amplia y complementa con lo recibido en la sensación inmediata.
  Esta nueva relación, producto de un proceso de abstracción primera e inmediata, configura la intuición intelectual del objeto externo. La cosa aquella cobra un sentido en tanto la intuición intelectual puede pasar de la inmediatez de la sensación a la relación general entre las imágenes internas para obtener lo común que hay entre eso objetos externos. Esta es la primera forma del pensamiento.
  Al mostrarse en el hombre esta nueva forma de relación con lo existente, emerge un ser distinto en tanto que puede recrear los objetos a partir de sí mismo y constituir una realidad diferente y diferenciada: la realidad de las abstracciones del pensamiento. Al pensar a los objetos, el hombre se separa de ellos, se escinde de aquel entorno de comunión con el Todo y se constituye como el ser que tiene la primacía de determinabilidad: los objetos externos se determinan, se delimitan de la nada en la medida en que el entendimiento limita la infinitud externa y especifica lo material en función de lo intelectual. Asimismo, el propio ser que determina es determinado, pues también es objeto de esa limitación que define a lo interno como una estructura unitaria frente a la pluralidad de objetos en el exterior existente. El ego es producto de un proceso de limitación, de marcar los confines de lo existente en la finitud del mismo proceso.
  El ego humano se proyecta a la existencia y crea los objetos, la realidad en el proceso de definición de sí mismo. El conjunto de las los objetos se hace su propio entorno, su hogar, y en él y desde él pretende generar nuevas relaciones, que ya no serán propias de los objetos en sí, sino de los objetos del intelecto. ¿Cómo sale de sí mismo el hombre y conforma lo externo a partir de la separación de él mismo de aquello externo?
  El interior intelectual mantiene sus objetos estáticos y permanentes; tiene que ser de esa manera para que pueda existir una relación adecuada con las estructuras asimiladas y lo captado en la inmediatez. Por eso el intelecto ofrece un primer estado de confort al mantener en la permanencia dela determinación a los objetos. Pero la relación entre ese objeto intelectual estático y lo que se presenta en la inmediatez de la relación corporal con lo existente es compleja y muestra un grado enorme de desajuste y desequilibrio relacional. La existencia no es algo fijo, es algo que está en perpetuo dinamismo y cambio; el objeto abstracto difícilmente se acopla con aquello que se muestra siempre diferente: la determinabilidad operada por el ego paga su precio; las cosas no son, devienen, tránsito permanente del ser al no ser, del límite a lo ilimitado, del objeto al vació. El pensamiento trae consigo el terror primigenio de la soledad de sí mismo: el ego que distingue las cosas pierde su estructura y se ciega en el dinamismo de la existencia, las cosas se diluyen en su más primaria inmediatez.
  Emerge la urgente necesidad de detener el movimiento, de fijar las cosas, de hacer que permanezcan como una unidad espacio temporal que devuelva el confort de la relación con el exterior. Pero el ego se ha aislado de los objetos, su comunidad originaria se ha fragmentado y no puede volver más a esa Unidad con lo Absoluto. Tiene que buscar una nueva comunidad, crear una nueva relación que permita enmascarar la soledad ontológica en la fijación de la existencia. Esa nueva comunión se hará posible en el lenguaje.

4.  El lenguaje como estructura fundamental del ser humano que lo separa y lo arroja a un estado ilusorio de certeza y de desamparo.

De esta manera, el intelecto que ha constituido un mundo interno de objetos fijos tiene que asimilar la estructura mutable de la existencia misma: tiene que discurrir; es decir, pasar de un estado intelectual a otro. Tiene que moverse, ser discurso. La verdad inmediata que aporta la intuición se cubre con una forma artificiosa, pues tiene esta su origen no en el ser en sí mismo, sino en un acto obligado de ajustarse a la dinámica de la existencia. En esa nueva forma, los objetos de la existencia se fijan y permanecen como unidad idéntica a través del espacio y el tiempo: el lenguaje suprime lo infinito y lo eterno en aras de la posibilidad del hombre de constituir un entorno propio. El mundo del hombre es el mundo de su lenguaje.
Ahora existe la posibilidad de recrear las cosas no solo al interior, sino al exterior mismo. El hombre pone las cosas en el mundo en el decir de ellas, al nombrarlas les da existencia. Su decir, su palabra, se vuelve el principio ordenador que detiene el caos vertiginoso de la physis y proyecta por sobre ella un mundo que se asume como la verdad en sí, como lo real. Por eso en el lenguaje, las cosas cobran sentido en tanto permiten este acto fundante, son pragmata, en el entendido de que van a ser lo que son en función de este principio de acto de fijación, son hechas o han sido hechas por y en el lenguaje.
El lenguaje es, entonces, la estructura esencial que define el modo de ser del ser humano. En él y a partir de él se aposenta y se apodera de la existencia. A partir de él se define lo existente y lo no existente. Sin embargo, este modo de ser, dado el mismo carácter de su origen en el enfrentamiento con la multiplicidad de lo existente, se muestra a su vez como algo múltiple también. Y es que en el acto constitutivo del discurso se constituyen relaciones y formas diferentes que permiten, también, relaciones y sentidos diferentes con la realidad.
         Señalaremos aquí las formas en las que se estructura el lenguaje o pensamiento racional y el lenguaje o pensamiento religioso. En primer término, pero en orden genético inverso, el orden del pensamiento que se configura como acto designativo, nominativo. Mediante este acto se establecen cualidades que se proyectan a la realidad y configuran el mundo de las cosas; la palabra se constituye aquí como concepto, en donde el nombre (onoma) nomina, designa las cualidades propias atribuidas de lo nombrado (sema). Es en este sentido que el discurso designativo fija y ordena los objetos de la existencia y los vuelve cosas reales, o sea, existentes en y para el mundo del hombre. A través de él, el hombre establece una comunión con sus semejantes, pues las estructuras del discurso conceptual permiten generar un mundo común de cosas que se constituyen como un algo dotado de cualidades comunes que borran de tajo la dolorosa experiencia de lo múltiple y cambiante. Este es el lenguaje del ser en tanto entidad intelectual metafísica que trasciende la pluralidad y conjunta lo diverso en lo absoluto categorialmente lógico.
         A partir de esta estructura lingüístico-discursiva es que el hombre se siente con la capacidad de constituir un sentido univoco a la realidad y generar explicaciones y descripciones de la misma que se generan en el marco de sus propios principios designadores.  El pensamiento científico y el filosófico basan su verdad en esta forma discursiva. Se generan categorías de orden cualitativo que permiten nominar y confirmar la supuesta realidad existencial de las cosas a partir de las estructuras abstractas que se superponen al fondo profundo de la cosa en sí.
         El peligro de esto, y se hace evidente en el desarrollo de la filosofía y la ciencia como formas de este pensamiento, radica en asumir que, efectivamente, esta capacidad designativa del orden conceptual del pensamiento sea efectivamente el objeto como tal (el noumeno) y no sólo una forma de relacionarse con lo existente. Tanto la ciencia como la filosofía asumen que los objetos reales son tal y como se presentan a partir del orden cualitativo determinado por el orden conceptual; acaso consideran que lo desconocido lo es porque no se han determinado esas cualidades y es un factor epistemológico racional el que realizará tales determinaciones cualitativas en aras del avance del pensamiento y del ser humano. Esto es tanto como verse al espejo y asumir que la imagen ahí proyectada somos efectivamente nosotros, alejándonos totalmente de el que mira para aposentarnos en la realidad del mirado. El mundo conceptual es el mundo de la soledad del interior del espejo que no permite a las imágenes especulares saber de sí en el mundo de lo que proyecta el reflejo.
         En otra forma discursiva, el lenguaje no designa las cualidades supuestas de los objetos, sino que la palabra ejerce una función indicativa-apreciativa. Lo nombrado por el nombre no es delimitado por una cualidad específica, sino que indica, señala, hacia elementos propios del objeto en su incesante fluir y que solo son aprehendidos en la captación de su inmediatez. Por eso este lenguaje, esta forma de nombrar permite el regreso a los estados patológicos de la sensación que impactan en formas diferentes al hombre y le permiten, no explicar, sino apreciar en sus formas mutables a los objetos de la existencia. Esta estructura discursiva constituye el pensamiento mítico-religioso, y su palabra está asentada en el lenguaje poético y místico.
       El pensamiento religioso es el estado primigenio del discurso donde el hombre descubre su desdicha como tal e intenta retornar a partir de su condición esencial a aquel estado. Al constituirse como un yo, como conciencia, como pensamiento, el hombre intuye que se ha producido en su interior un desgarramiento que lo aísla de aquello con lo cual constituía una unidad absoluta, eterna e infinita; su caída al estado de desapego es subsanada por la ilusión de unidad con lo real a partir de la proyección de sí mismo al exterior. Sin embargo, en el fondo de su ser persiste el recuerdo de aquello infinito, pues de él procede, y su deseo más originario y propio es el retorno a aquello de lo cual ha surgido como tal. Por eso el lenguaje místico-poético apunta en su estructura simbólico a aquello que está detrás de las cosas: dice la realidad, pero apunta a lo que esta fuera del espejo, a lo que se vislumbra en el vasto mundo de lo polivalente y mutable, de lo que se intuye como experiencia de lo otro Otro.

5. Posibilidad de comprensión del pensamiento religioso a partir de su lenguaje.

A partir de lo expuesto, es evidente que toda posibilidad de comprensión y acercamiento al pensamiento religioso debe hacerse en función de su lenguaje. Es en él donde se evidencian los elementos discursivos que han entrado en juego para constituir el sentido más profundo del ser del  ser humano; no como un ente que aposenta en su propia conciencia para, desde allí, determinar lo existente y lo no existente, sino para vaciar al mundo de cualidades abstractas y diluirlo en el fondo oscuro de donde todo procede. Es en los mitos y en la poesía donde, a decir de Mircea Eliade, el hombre apacigua su deseo de infinito al abrirse a su contemplación lo bendito y lo maldito, lo sublime y lo terrorífico de aquella nada-principio-absoluto que se traduce en el fundamento último y primario de lo existente: lo Sagrado.
Pero, ¿bajo qué fundamentos se puede hacer un acercamiento al lenguaje religioso si se expresa de tal manera que sobrepasa y se contrapone, en todos los sentidos, a las formas nominativas del discurso, si su decir es un no decir, es un decir todo en una sola palabra y decir nada en todas las palabras?
Habrá que plantearse que al interior de las estructuras simbólicas de tal lenguaje hay algo que puede aprehenderse, saberse, aunque corresponda a un nivel distinto de verdad. Paul Ricoeur señala que el lenguaje religioso es kerigmático, que posee una proclama, que dice algo. Pero lo que dice es, necesariamente, diferente a lo que dicen otros lenguajes. Su decir dice lo que los otros lenguajes no pueden, o no se atreven a decir: que el hombre es infinito caído en lo finito. El lenguaje religioso versa todo sobre el deseo de retorno al infinito. Pero para develar este misterio del ser humano se hace necesario replantearse los horizontes en los cuales una mente filosófica puede acercarse a lo religioso.
Es por demás claro que los postulados analítico-conceptuales de la filosofía no sirven para acercarse al sentido del lenguaje religioso, pues sus propios principios racionales cancelan y niegan todo contenido válido en la expresión metafórico poética de lo religioso. La filosofía se confronta, así, con algo que, de inicio, niega ella misma como forma de conocimiento y de comprensión del mundo. Por otro lado, el mismo Ricoeur (2008, p. 53) postula que tal acercamiento se puede hacer desde una hermenéutica filosófica ya que esta “se esfuerza por dirigirse, lo más fielmente posible, a las modalidades más originarias del lenguaje de una comunidad de fe, en consecuencia, a las expresiones por las cuales los miembros de la comunidad interpretan, de modo originario, su propia experiencia para sí mismos y para los otros”.
Para finalizar, yo considero que la vía místico-poética de la experiencia religiosa del infinito puede dar al ser humano la posibilidad de la captación del sentido primigenio del pensamiento religioso. Termino con Rimbaud y su propio lenguaje poético:
 Digo que hay que ser vidente, hacerse vidente.
El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; busca por sí mismo, agota en sí todos los venenos, para no quedarse sino con sus quintaesencias. Inefable tortura en la que necesita de toda la fe, de toda la fuerza sobrehumana, por la que se convierte entre todos en el enfermo grave, el gran criminal, el gran maldito, — ¡y el supremo Sabio! — ¡Porque alcanza lo desconocido! ¡Porque se ha cultivado el alma, ya rica, más que ningún otro! Alcanza lo desconocido y, aunque, enloquecido, acabará perdiendo la inteligencia de sus visiones, ¡no dejaría de haberlas visto! Que reviente saltando hacia cosas inauditas o innombrables: ya vendrán otros horribles trabajadores; empezarán a partir de los horizontes en que el otro se haya desplomado.   
 (Carta a Paul Demeny del 15 de mayo de 1871)  




JOSÉ ALFREDO ORTIZ MADRIGAL


Bibliografía
Descartes, René (2014). Discurso del Método, en: Descartes I, Gredos: Madrid.
Ricoeur, Paul (2008). Fe y Filosofía: problemas del lenguaje religioso, Universidad Católica Argentina: Buenos Aires.