EL NOMBRE
Nekromantik
Cada vez que me sueño en ese estrecho cuartucho el dedo pulgar de mi mano derecha se estremece con un dolor intenso que lo adormece. Y es que el cuerpo tiene sus propios recuerdos, que saltan a la vida de manera y contundente.
El dolor se extiende a la muñeca entera y hace que la presión de unas esposas metálicas me vuelva a la realidad. Llevo ya varios días, en realidad he perdido la cuenta de ellos, encerrado en ese estrecho y oscuro recinto que, en la misma oscuridad, se nota que jamás ha sido lavado y que apesta a dolor, a lágrimas, a excremento. La única y débil luz que llega es la que se filtra por debajo de la rendija de la puerta metálica, que se abre solamente, una vez ¿al día? para que alguien entre las sombras me entregue un remedo de comida, y para sacarme de ahí entre empujones y golpes, casi a rastras, para ser interrogado y torturado.
Pero debo reconocer que mi espíritu es fuerte, pues ni el tehuacanazo, ni los golpes, ni los pozolazos, han podido hacer que diga el nombre, los nombres, que me piden. De haberlo hecho, creo que ya estuviera enterrado en una fosa clandestina. Tal vez sea más bien el miedo a morir y no la fortaleza de espíritu lo que mantiene mi boca cerrada.
La traición es algo que siempre he considerado como el más repugnante y execrable de los actos humanos; representa el más abyecto egoísmo que no reconoce la condición bajo la cual se valora a otro ser; inclusive, el traidor se desconoce a sí mismo en el acto de traición, pues siempre se traiciona a sí mismo. Ese es un sentimiento fuerte que ha motivado muchas de las formas de mi ser. Pero, en fin, además de la traición la hipocresía, pues yo mismo estoy aquí porque me han traicionado.
Eso es lo que duele más. Por encima del dolor físico el dolor del alma. No puedo entender como aquel con quien compartí las cosas más profundas e intimas haya podido decir mi nombre para salvarse de unos golpes; su dolor bien podía haber sido pasajero, pero el dolor que me ha dejado es permanente.
El tiempo encerrado, entre interrogatorio e interrogatorio, me ha permitido pensar sobre esta situación. Paso de pensar en mí como un héroe de la causa que resiste todo a ser una víctima que cumple un destino inexorable que ha dictaminado que yo sea un traicionado.
Sin embargo, los recovecos de mi mente me han llevado a zonas internas que me enfrentan con otro tipo de seres y entidades que habitan en mí y me hacen sentir y pensar diferente.
Tal vez la traición sea un acto de redención; el traidor que puso mi nombre en la secuencia del destino ha cumplido también con su parte en el acto: el pronunciar mi nombre lo ha liberado y lo ha purgado de mi ser, de mi presencia, de mi mirada, pues siempre tendrá que borrar de sí mismo al acto y al sujeto, a mí. Liberarse de los vínculos y apegos que nos atan a otros y no nos dejan ser se tiene que realizar con actos puros de traición.
En este sentido, tal vez sea mejor purificarme a mi mismo en el acto liberador del pronunciar UN NOMBRE. Sólo uno y parte de mí se liberará y podré reconciliarme con las bestias internas que muerden mi conciencia y mis entrañas.
El dolor en el pulgar me vuelve a acosar. Ha sido el más intenso y prolongado, pues los que me trajeron nuevamente a la celda no quitaron (no sé si por olvido o por una forma nueva de tortura) las esposas y llevo con ellas apretando mis muñecas, a mis espaldas, desde lo que considero el día anterior.
Este sufrimiento me hace sentir como un animal encadenado, pues mis movimientos están limitados por la carencia de mis manos y el dolor mismo. Ese estado es desesperante y es el que ha hecho que haya más lágrimas que se confunden con la humedad maloliente del piso.
El nombre, un nombre, me puede liberar de esto. Debo ser traidor, debo traicionar para purificarme y vivir en el camino del olvido. El nombre, un nombre, lo diré cuando vengan otra vez por mi.
Ya se acercan los pasos, los oigo cada vez más fuerte. Grito, grito muchas veces el nombre y me libero: ¡maldito tú, maldito yo mismo!, ¡el nombre soy yo mismo! Me lo grito y me lo digo sin abrir la boca; mis labios sangran al ser mordidos por mis propios dientes cuando dos tipos me levantan por las manos esposadas. El dolor ha desaparecido, creo que podré vivir.