miércoles, 29 de septiembre de 2021

INSTRUMENTO METAFÍSICO

 


INSTRUMENTO METAFÍSICO

Nekromantik

 

La toma de conciencia de mi desintegración fue paulatina. Comenzó cuando sentí una oquedad en la parte trasera de mi cuerpo, a la altura de los riñones; fue una sensación de adelgazamiento corporal acompañada por una depresión mental que cargaba a cuestas sin darme cuenta clara de ello. Esa oquedad se fue extendiendo de una manera homogénea y lenta hacia las partes superiores e inferiores de mi ser. Sentí de pronto que cuando me sentaba los huesos, antes cubiertos por la carne de mis glúteos, tenían un contacto  seco y doloroso con la superficie donde se apoyaban. Lentamente me fui consumiendo, partiendo en dos, acrecentándose más y más mi depresión por creer que llegaría el momento que mis pies, junto con mi cabeza y lo que ella encierra, serían también devorados en este avance implacable.

Sin embargo, algo en mi quedaba intacto a pesar del avance de la nadificación de mi ser. Me di cuenta que, unido por unas fibras nerviosas muy sutiles a lo que restaba en mi cuerpo, mi pene se mantenía vivo y con todas sus propiedades inalteradas. La energía que abandonaba las otras partes de mi organismo se concentraba en este punto preciso y lo mantenía en un estado de erección constante. Pronto supe que mi esencia se preparaba en ese órgano para salir violentamente, inundando espacios internos, recónditos y oscuros, para apoderarse, con desesperación, de ellos.

Es perverso pensar en ello, pero se hizo evidente, y urgente reconocerlo, que en cada eyaculación algo de mí era transmitido a otro ser con la firme convicción de que poco a poco burlaría las leyes de la naturaleza y yo sería la conciencia de cada célula, de cada órgano y aparato, de cada neurona; yo dominaría ese cuerpo y esa voluntad con un torrente de semen.

Así es como comencé a ver mi oquedad en la materia de aquellos a quienes había penetrado en alguna forma. Sus voces eran mi reflejo, sus miradas tenían el brillo que desprenden mis ojos, su sudor era mi aroma que impregnaba los espacios vacíos del mundo. En ese mismo proceso, los cuerpos ajenos se desvanecían, se multiplicaban en llagas inefables que manifestaban una invisibilidad imposible pero real. Y es que mi esencia rebasaba con fuerza los límites de un cuerpo material: se escapaba, anhelante, para tratar de fundirse con la luz, con el aire, con el movimiento de las hojas de los árboles, con la soledad, la oscuridad, el silencio, la eternidad. En la fuga de la materia, mi ser consumía sexos y rostros, desvanecía órganos vitales, borraba imágenes y pensamientos: de cada poro de piel, en cada exhalación, en cada palabra y secreción, surgía yo como de un disfraz rasgado para ir en busca de nuevos elementos que tragar.

Me mire en los perros, los mundos posibles, en las lágrimas, en el excremento. Todo era yo, que retornaba a mí mismo como en un círculo corrompido, eterno retorno donde el ser que aniquila es aniquilado por su propia esencia hasta el punto de la casi total extinción. Tomé conciencia de que mi disolución no era otra cosa que una fusión con el universo, mi ser unido al SER universal en uno solo; yo soy el infinito contenido en esa serie de determinaciones que se han ido borrando poco a poco como una estatua de arena deshecha por el viento, confundiendo sus minúsculos granos con los objetos que toca.

Es por eso que ahora reconozco que mi disolución total, mi entrada al infinito, a la inconsciencia cósmica, es retrasada por ese maldito instrumento de penetración que aún conserva sus rasgos materiales. Por eso busco con ansiedad que sea devorado para siempre por un cálido orificio anal, un culo palpitante que lo deshaga en su interior y lo asimile como una parte de sí mismo para proyectarlo al vacío, a la eternidad, consumiendo ese nuevo cuerpo en un ciclo lúgubre que empieza donde termina.