sábado, 14 de septiembre de 2019

EL ARTE COMO FORMA DE ACCEDER A LA VERDAD







                                          
  El arte[1] ha sido a lo largo de toda la historia una actividad sumamente compleja y propia del ser humano. A través del arte, el hombre ha podido manifestarse como un ser único dentro del mundo que a partir de su creatividad artística intenta asimilar la realidad para comprenderla e interactuar con ella. Fuera de otras manifestaciones explicativas (como la ciencia y la propia filosofía) la actividad artística ha surgido como una manera elemental de representar, desde la más remota antigüedad, la forma en que el mundo es percibido en su estructura más profunda y misteriosa; es decir, que la humanidad no se ha conformado con percibir y transformar la realidad: ha intentado, de múltiples maneras, reproducirla de tal forma que pueda tener un acceso más íntimo a la verdad esencial de la misma. Una de esas maneras, y tal vez la más importante, es precisamente el arte.

  En un principio, el arte tiene una connotación definitivamente práctica que está estrechamente vinculada con el pensamiento mágico del hombre, es la forma más eficaz de lograr un acercamiento a los procesos de desarrollo de la realidad que son considerados como superiores a la actividad común. Sin embargo, a lo largo del desarrollo del pensamiento humano, la actividad artística se va convirtiendo en algo que trasciende la propia práctica y adquiere un carácter explicativo y ontológico que da sentido a la propia realidad.

  El arte presenta ante el contemplador aspectos de la realidad que de otra manera no podrían tener sentido ni ser accesibles en el momento determinado de la contemplación. De esta forma, la obra de arte es re-presentación (mimesis, del griego mimhsix, imitación, reproducción, representación) en el sentido de que pone frente al espectador una realidad que se revela como algo fundamental cada vez que la obra es contemplada. Sin embargo, esta acepción del arte como una actividad mimética ha sido cuestionada duramente por diversos filósofos a lo largo del tiempo.

  Platón considera que el arte es una mera imitación de la naturaleza que no revela de ninguna manera la esencia de está, pues es una imitación de la imitación. Así, en la República declara que “bien lejos de lo verdadero está, pues, el arte imitativo; y si puede producirlo todo, al parecer, es en razón de que no alcanza sino muy poco de cada cosa, es decir su simulacro.”[2] Esto se debe a que la obra de arte es una copia de la naturaleza, la que a su vez es una copia (en el mundo sensible) de la idea, por lo que el arte será una imitación de tercer grado que crea imágenes ilusorias.

  Aristóteles considera que el arte no es una mera imitación superficial de la naturaleza, sino que es creación (póiesis, poihsix) que representa aspectos de lo existente, como pueden ser las pasiones o acciones. Así, en la mimesis aristotélica se reproduce, a través de las artes productivas (poesía, tragedia, comedia y música), la naturaleza misma en una acción catártica y  productora de conocimiento. El contemplar lo imitado –en especial en la tragedia- produce una liberación y superación de las pasiones porque se sabe que lo representado tiene semejanza con la realidad creándose un vinculo en el cual el espectador “purifica las pasiones” por medio de la obra de arte.

  Es evidente que la idea del arte como una representación de la realidad presenta problemas importantes al análisis filosófico, siendo uno de los más relevantes el que se refiere a la relación entre la obra de arte y la verdad que se manifiesta en ella. El problema es tal por que suele considerarse que el estudio estético del arte se remite a elementos emotivos o imaginativos que tienen un carácter individual. Al respecto, Collingwood señala que “el arte no es indiferente a la verdad; es esencialmente la persecución de la verdad. Pero la verdad que persigue no es una verdad de relación, es una verdad del hecho individual. Las verdades que el arte descubre son aquellas individualidades únicas y completas en sí mismas que desde el punto de vista intelectual se convierten en los ‘términos’ entre los cuales el intelecto tiene como función establecer o aprehender relaciones.”[3] Podemos decir, que a partir de elementos emotivos, que se dan a la sensibilidad, el intelecto establece relaciones entre el mundo y el contemplador que permiten tener un acceso a la verdad.

  No obstante, las pretensiones de análisis del arte llevan a otros caminos que son diferentes al de la búsqueda de una verdad individual. Históricamente, se ha concebido a la verdad como una correspondencia o adecuación entre la realidad  y lo que se dice o piensa. En este sentido, se puede decir que la verdad es algo que se manifiesta más allá del nivel individual, pues la adecuación del intelecto a la realidad solo se puede dar si existe una verdad que fundamente esta relación. Kant concibe la verdad como algo trascendental cuando, en su Crítica de la Razón Pura, señala que: “las reglas del entendimiento no son sólo verdaderas a priori, sino que constituyen incluso la fuente de toda verdad, es decir, de la concordancia de nuestro conocimiento con objetos, ya que contienen en sí el fundamento de la posibilidad de la experiencia, considerada esta como el conjunto de todo conocimiento en el que se nos pueden dar objetos.”[4] La relación adecuada entre lo percibido y la realidad (la verdad) se da únicamente porque las reglas que menciona Kant están a la base del propio entendimiento.

  Pero, si el arte es representación, ¿cómo se da en la obra de arte la correspondencia entre lo que se capta (la obra misma) y la realidad? En otras palabras, ¿cómo es posible que se manifieste la verdad del mundo a través de la obra de arte?, ¿cómo es que a partir de una experiencia estética se puede lograr acceder a un estado epistemológico, es decir, a un conocimiento de la verdad?
En el presente trabajo se pretende hacer una dilucidación de estas cuestiones partiendo de la consideración del sentido epistemológico inherente al arte en cuanto se le considera, desde Aristóteles, como un saber que conduce a la creación de la obra, así como un saber que se da por medio de la re-presentación de la realidad.

  El análisis se hará partiendo de las consideraciones que sobre el tema elabora Heidegger en su texto: El origen de la obra de arte. En él, el autor hace un estudio de las condiciones que hacen de un objeto una obra de arte, llegando a la conclusión de que la esencia de la obra de  arte es que muestra la verdad del mundo.

  Para llevar a buen término el fin planteado, es necesario ir reconociendo las tesis del autor para, posteriormente, realizar el análisis de ellas en aras de una mejor comprensión del tema. Cabe mencionar que tal análisis tiene que tener un sentido crítico que aporte una perspectiva propia sobre el asunto tratado, ya que las teorías estéticas contemporáneas hacen suyo este problema fundamental en el arte y lo asumen desde diferentes puntos de vista.

  En este sentido, considero prudente señalar como problema central del trabajo la siguiente pregunta: ¿es el arte una manifestación de la verdad? Desde mi punto de vista, tal pregunta puede aportar, como una hipótesis personal, la consideración de que el arte ha permanecido a lo largo de la historia del desarrollo del ser humano, y de su propio pensamiento, porque ha sido una actividad que le permite tener acceso al conocimiento de la esencia de la realidad. Claro está que hay que determinar de qué manera se permite este acceso a partir de la obra de arte. Es el punto central del trabajo.

Si se logra mostrar claramente el valor ontológico-epistemológico del arte, se podrá evidenciar la importancia que tiene esté para el ser humano, máxime en los tiempos en que se pretende asumir como condición esencial el derrumbe del arte o, lo que es más terrible, la muerte del arte en cuanto forma de expresión y conocimiento del mundo.

EL ARTE COMO FORMA DE ACCEDER A LA VERDAD

  El planteamiento general de Heidegger en torno a la verdad se mueve en una crítica al concepto tradicional de la concordancia  del juicio con su objeto, manifestada como adaequatio intellectus et rei (adecuación entre intelecto y cosa). De acuerdo con él, la concordancia implica siempre una relación de algo con algo, en este caso de un sujeto con un objeto, por lo que la verdad será siempre relativa, es decir corresponderá siempre a la relación que se establezca entre esos “algos”, entre el sujeto y el objeto. Sin embargo, Heidegger señala que no toda relación es concordancia, poniendo como ejemplo la señal: “el señalar es una relación, pero no una concordancia entre la señal y lo señalado.”[5] Además, cuando hay una relación de concordancia, el intelecto percibe a la cosa “tal-como”, en el sentido de una interpretación; es decir, que la cosa no se da tal como es ella, sino que se da a partir de la relación de concordancia.

  La verdad debe mostrar a las cosas como son en si mismas, las proposiciones del intelecto deben descubrir al ente en si mismo; por eso, la verdad no puede ser adecuación, tal como se expresa en Ser y Tiempo: “<<Una proposición es verdadera>> significa: descubre al ente en sí mismo. Pro-pone, muestra, <> (apojansix)  el ente en su <>. El <> (la verdad) de la proposición ha de entenderse como un <>. La verdad no tiene, pues, en absoluto, la estructura de una concordancia entre el conocer y el objeto, en el sentido de una adecuación de un ente (sujeto) a otro (objeto).”[6]  La verdad tiene, para Heidegger, un sentido esencialista y trascendente que se da en la existencia misma de los entes y no en las relaciones intelectuales que los sujetos establezcan con ellos.

  Desde esta perspectiva la pregunta obligada es: ¿cómo se puede acceder a esa verdad que muestra al ente tal como es? Para Heidegger el arte es una vía fundamental para ello, por lo que se hace necesario explicar la manera en cómo se manifiesta la verdad en la obra de arte.
Tal problemática es analizada por el autor en el texto El origen de la obra de arte. Heidegger comienza por plantear una cuestión fundamental dentro de la estética: preguntar sobre el origen de la obra de arte es preguntar por la esencia de la obra y por el arte en general.

  La obra de arte es, por principio de cuentas, una cosa. Es un ente, un objeto que se hace presente lo mismo que cualquier otro, pero que es necesario distinguir o diferenciar de cualquier otra cosa o ente. Para Heidegger, una primera diferencia entre la obra de arte y cualquier otra cosa será  que lleva dentro de sí algo más, que encierra algo más[7]. Lo que la obra tiene de “otro” es su carácter simbólico y alegórico.  Símbolo y alegoría tienen en común que representan algo, que significan otra cosa diferente; sin embargo, el autor no precisa claramente cual es la concepción que tiene del arte como símbolo, pues asumir, en este momento tal aseveración será conceder a la obra de arte el carácter de representación en donde se debe dar una interpretación subjetiva que disuelva la verdad esencial de lo representado. Para aclarar este punto, podemos tomar las palabras de H. G. Gadamer: “lo simbólico no sólo remite al significado, sino que lo hace estar presente: representa al significado. Con el concepto de<<representar>> ha de pensarse en el concepto de representación propio del derecho canónico y público. En ellos, representación no quiere decir que algo este ahí en lugar de otra cosa, de un modo propio o indirecto, como si de un sustituto o de un sucedáneo se tratase. Antes bien, lo representado está ello mismo ahí y tal como puede estar ahí en absoluto. En la aplicación del arte se conserva algo de esta existencia en la representación.”[8] El arte es una cosa que revela, a través de lo simbólico, la esencia fundamental de la cosa que representa.

  Lo importante de esto será mostrar qué es lo que la obra de arte representa, qué es lo que se hace evidente a partir de ella, qué es lo que la obra trae en sí misma al contemplarla. Esto es lo que la distinguirá de cualquier otra cosa y le dará su carácter único.

  Heidegger recurre al ejemplo famoso de Van Gogh donde se muestran los zapatos de una campesina para evidenciar la diferencia entre cualquier objeto útil y la obra de arte. Según él, en el cuadro se pone de manifiesto no sólo lo representado (un par de zapatos), sino que revela lo que está detrás de eso representado: las condiciones de la labriega[9], su propia esencia como ser en el mundo, sus hábitos, ambiciones y frustraciones. En otras palabras, el cuadro revela algo que va más allá de la mera forma de ser útil del par de zapatos, revela la verdad que purifica al objeto de su mero ser instrumental  y pone de manifiesto la verdad de su modo de aparecer en el mundo. La obra de arte pone en operación la verdad del ente: “El cuadro de van Gogh es la apertura por la que atisba lo que es verdad del utensilio, el par de botas de labranza. Este ente sale a la luz del desocultamiento de su ser. El desocultamiento de lo ente fue llamado por los griegos alhqeia ( aletheia). Nosotros decimos <<verdad>> sin pensar suficientemente lo que significa esta palabra. Cuando en la obra se produce una apertura de lo ente que permita atisbar lo que es y cómo es, es que está obrando en ella la verdad.”[10] La esencia del arte es permitir que se manifieste la verdad como un desocultamiento, como un salir a la luz del ser, una apertura de la esencia general de las cosas que rebasa la reproducción de los entes singulares existentes.

  La verdad es, entonces, desocultamiento, aletheia.[11] Pero ¿qué es lo que la obra de arte desoculta?, ¿a que verdad esencial de las cosas se refiere Heidegger? Según él, la obra de arte cobra independencia del artista al momento de ser terminada, por eso el análisis de la obra misma debe ser hecho desde una perspectiva fenomenológica que permita un “puro reposo en sí misma”. El ser de la obra existe sólo en la obra y la verdad se desoculta a partir del reino que se abre por medio de ella. La obra abre un mundo  y hace que ese mundo se vuelva sobre la tierra. La obra es devuelta a una dimensión más esencial, donde reposa en si misma, configurando así un mundo que le es propio, el mundo del hombre.

  Los conceptos de mundo y tierra presentes en la obra de arte son de suma importancia en la teoría de la verdad de Heidegger. Para hacer explicita la comprensión de tales conceptos recurre al ejemplo de una obra que no es en si misma una reproducción o imitación de la naturaleza, pero que refleja la condición de apertura del mundo y la producción de la tierra: un templo griego. Veamos lo que dice el autor:

“Allí alzado, el templo reposa sobre su base rocosa. Al reposar sobre la roca, la obra extrae de ella la oscuridad encerrada en su soporte informe y no forzado a nada. Allí alzado, el edificio aguanta firmemente la tormenta que se desencadena sobre su techo y así es como hace destacar su violencia. El brillo y la luminosidad de la piedra, aparentemente una gracia del sol, son los que hacen que se torne patente la luz del día, la amplitud del cielo, la oscuridad de la noche. Su seguro alzarse es el que hace visible el invisible espacio del aire. Lo inamovible de la obra contrasta con las olas marinas y es la serenidad de aquélla la que pone en evidencia la furia de éstas. El árbol y la hierba, el águila y el toro, la serpiente y el grillo sólo adquieren de este modo su figura más destacada y aparecen como aquello que son. Esta aparición y surgimiento mismos y en su totalidad, es lo que los griegos llamaron muy tempranamente fusis. La fisis ilumina al mismo tiempo aquello sobre y en lo que el ser humano funda su morada. Nosotros lo llamamos tierra. De lo que dice esta palabra hay que eliminar tanto la representación de una masa material sedimentada en capas como la puramente astronómica, que la ve como un planeta. La tierra es aquello en donde el surgimiento vuelve a dar acogida a todo lo que surge como tal. En eso que surge, la tierra se presenta como aquello que acoge.”[12]
  En la estructura del templo no sólo se hace presente lo sagrado y se ciñe a su lugar específico (función ésta del templo), sino que también se crea, se funda, un ámbito abierto donde cobra sentido lo esencial de una sociedad histórica (en este caso, el pueblo griego), tato lo ideológico como lo propiamente natural de su entorno. La obra de arte sólo puede considerarse como tal si abre un mundo, si deja que ese mundo se haga presente y repose en la tierra, que es la que lo aloja en su ser mismo. El mundo que abre el templo se instaura, reposa,  sobre una materia, la roca, a la que nos remite y hacia donde se retira: la tierra.

  Heidegger identifica la tierra con la physis[13] griega, con aquello “en donde el surgimiento vuelve a dar acogida a todo lo que surge como tal”, es decir, con lo que hace emerger las cosas y que les da refugio, que las acoge. La tierra es el fundamento velado de la verdad, donde reposa la esencia general de las cosas, por lo que la verdad se tiene que des-oculta, salir de lo cerrado, de lo que se oculta a sí mismo. El mundo es lo humano, lo que se abre como horizonte cultural a partir del desocultamiento del ente; es decir, que al establecer la obra un mundo, hace la tierra, la obra se retrae en la tierra haciéndose patente como ocultante de ella misma: al transformar el material en la obra la tierra se oculta a sí misma y abre el mudo del hombre.

  Debido a esta relación, la obra de arte abre un espacio de conflicto esencial entre el mundo (lo humano), que es lo abierto pero que sólo puede darse en el marco de lo velado, y la tierra (lo natural), lo cerrado, oculto, que sólo se revela como reserva. El ente esta encubierto, sólo se conoce poco de él ya que no es nuestra obra ni nuestra representación; sin embargo, el ente tiene un centro abierto, su esencia, que es a la vez su ocultamiento. La verdad se presenta como la posibilidad que brinda la obra de arte de abrir, des-ocultar el ente, es decir penetrar en el claro, en el centro abierto de su esencia que se oculta a sí misma. La verdad es desocultamiento y ocultamiento.

La verdad tiene un sentido dialéctico ya que se da en el modo de una doble ocultación. Ocultarse puede ser un negarse (se nos niega la esencia) o un disimularse (la esencia se nos presenta como lo que no es); lo ente es familiar para nosotros, pero asimismo se nos presenta con una ambigüedad generada por la negación y el disimulo del mismo. La verdad, por tanto, es un rehusarse en el modo de la doble ocultación: la verdad es verdad y no-verdad, es una oposición entre alumbramiento  y ocultamiento del ser, una lucha entre mundo y tierra. Tal como lo expresa el autor: A la esencia de la verdad en tanto que esencia del desocultamiento le pertenece necesariamente esta abstención según el modo de un doble encubrimiento. La verdad es en su esencia no-verdad. Decimos esto así para mostrar de un modo tajante, y tal vez algo chocante, que la abstención bajo el modo del encubrimiento forma parte del desocultamiento como claro. Por el contrario, el enunciado que reza: la esencia de la verdad es la no-verdad, no quiere decir que la verdad sea en el fondo falsedad. Asimismo, tampoco quiere decir que la verdad nunca sea ella misma, sino que, en una representación dialéctica, siempre es también su contrario.[14]

  Para Heidegger, esta forma de presentarse la verdad, como ocultamiento y desocultamiento, tiene unas pocas formas esenciales, entre las que destaca la obra de arte. Otros modos de hacerse presente y de fundarse la verdad son la acción (humana) que funda un Estado; la proximidad de lo sagrado o de aquello más ente del ente (el ens entissimum); el sacrificio esencial, y el decir del pensador o del poeta.[15]

  El arte pone de manifiesto la verdad de una manera especial. Por eso, el análisis  de la esencia de la obra de arte es determinar la forma en que la verdad se hace patente en la obra misma.

  Esta patencia de la verdad en la obra se da en tanto que se expone y se propone como abridora de mundos. La obra tiene que ser contemplada para ser obra, para que el hombre pueda insertar sus vivencias en la verdad que acontece en la obra. Por eso, en el arte se da un desconocimiento del artista; ya que la obra no debe dar a conocer un nombre, sino lo que es y lo que no es ella misma: “Cuanto más solitaria se mantiene la obra dentro de sí, fijada en la figura, cuanto más puramente parece cortar todos los vínculos con los hombres, tanto más fácilmente sale a lo abierto ese impulso -que hace destacar a la obra- de que dicha obra sea.”[16]

  Estas formas de acontecer la verdad en la obra de arte tienen su culminación en la aseveración de Heidegger de que todo arte es en esencia poema.  Esta consideración trae consigo la incorporación de la imaginación y la capacidad de inventiva para poder llegar a establecer la verdad en el arte. La poesía es proyección-habla, es el decir (por medio del lenguaje) de la desocultación del ente. Esto es muy importante, pues no se debe entender al lenguaje como una sola comunicación, sino como el vehículo que abre lo ente del ente. El lenguaje es proyecto ya que devela con el nombrar lo que se oculta a sí mismo. Señala el autor que “En la medida en que el lenguaje nombra por vez primera a lo ente, es este nombrar el que hace acceder lo ente a la palabra y la manifestación. Este nombrar nombra a lo ente a su ser a partir del ser. Este decir es un proyecto del claro, donde se dice en calidad de qué accede lo ente a lo abierto. Proyectar es dejar libre un arrojar bajo cuya forma el desocultamiento se somete a entrar dentro de lo ente como tal. El anunciar que proyecta se convierte de inmediato en la renuncia a toda sorda confusión en la que lo ente se oculta y retira.”[17]

  El arte, entonces sólo puede desocultar la esencia general del ente en tanto que lo nombra y lo hace patente en el mundo a partir de la incursión en el centro de su propio ocultamiento. La obra, al nombrar lo abierto del ente lo remite a un sentido que solo cobra existencia cuando la propia obra es contemplada y dejada en sí misma para que pueda mostrar la verdad.

CONCLUSIONES

  A través del presente ensayo se ha pretendido dar fundamento a la consideración de que el arte tiene un valor epistemológico en tanto que pone de manifiesto la verdad de la realidad. Es evidente que la perspectiva que maneja Heidegger tiene un fuerte tono esencialista y abstracto, pues considera que la verdad está más allá de cualquier postura individualista o  adecuacionista. Para él la verdad no se da en las relaciones sujeto-objeto, ni en la propia correspondencia lógica entre el pensamiento y la realidad, sino que la verdad es un desocultamiento, una revelación de la esencia fundamental del ser a partir de la obra de arte.

  A partir de estos argumentos planteados por Heidegger, y que pueden ser ampliamente criticados, considero que el reconocer en el arte un valor cognoscitivo es realmente significativo pues le da una categorización que se ha visto minada en los últimos tiempos. Ahora se suele considerar al arte como una expresión de la vida humana que, en ciertas manifestaciones, se percibe como una forma de ser del ser humano que es superflua y poco importante. Se considera que existe una crisis en el arte que asoma a la desaparición y muerte del mismo; sin embargo, la expresión artística se sigue manteniendo y más que una muerte considero que se da una transformación en sus formas de ser.

  El arte tiene que seguir abriendo al ser humano la posibilidad de manifestarse como un ser único en el mundo que llega a la comprensión del mismo a partir de diferentes actividades que le llevan a la búsqueda y consecución de la verdad. El arte como desocultamiento de la esencia de la realidad permanece y proyecta al hombre a sus orígenes mas ricos en cuanto que le otorga la posibilidad de conocerse a si mismo a través del mundo que se instaura en la obra de arte.

BIBLIOGRAFIA
1.- M. C. Beardsley y J. Hospers, Estética, Madrid, Cátedra,1976.
2.- Collingwood, R.G. Los principios del arte, México, FCE, 1960.
3.- Gadamer, H.G. La actualidad de lo bello. El arte como juego, símbolo y fiesta, Barcelona, Paidos, 1977.
4.-  ----         -----. Verdad y Método, II, Salamanca, Sígueme, 1988.
5.- Heidegger, Martin. El origen de la obra de arte, en Caminos de Bosque, Madrid, Alianza, 1992.
6.-  ------       -----. Ser y Tiempo, México, FCE, 1988.
7.-  Huckle, Nicholas. On representation and essence. En The Journal of Aesthetics and Art Criticism, Volumen XLIII, Número 3, 1985.
8.- Kant, Emmanuel. Critica de la Razón Pura, Madrid, Alfaguara, 1988.
9.- Platón. La República, México, UNAM, 2000.  





[1] Se habla aquí del arte en el sentido del análisis de la Estética filosófica. En el presente trabajo se considerara a la Estética como “la rama de la filosofía que se ocupa de analizar los conceptos y resolver los problemas que se plantean cuando contemplamos objetos estéticos. Objetos estéticos, a su vez, son todos los objetos de la experiencia estética; de ahí que, sólo tras haber caracterizado suficientemente la experiencia estética, nos hallamos en condiciones de delimitar la clases de objetos estéticos. Aunque hay quienes niegan la existencia de cualquier tipo de experiencias específicamente estéticas, no niegan, sin embargo, la posibilidad de formar juicios estéticos o de dar razones que avalen dichos juicios; la expresión «objeto estético» incluiría, pues, aquellos objetos en torno a los cuales se emiten tales juicios y se dan tales razones. La estética se formula en las cuestiones típicamente filosóficas de « ¿Qué quiere usted decir? y « ¿Cómo conoce usted?», dentro del campo estético, al igual que la filosofía de la ciencia se plantea esas mismas cuestiones en el campo científico. Así pues, los conceptos de valor estético o de experiencia estética, lo mismo que toda la serie de conceptos específicos de la filosofía del arte, son examinados en la disciplina conocida con el nombre de estética; y preguntas tales como « ¿Qué es lo que hace bellas a las cosas?», o « ¿Qué relación hay entre las obras de arte y la naturaleza?» -y cualesquiera otras cuestiones específicas de la filosofía del arte-, son cuestiones estéticas.” (Cfr. M. C. Beardsley y J. Hospers, Estética, Cátedra, Madrid, 1976, p. 97-98.) En este sentido, podemos considerar al arte como la actividad que produce valores estéticos, tales como lo bello, lo sublime, lo trágico, entre otros.
[2] Platón, La República,598b, p. 351.
[3] Collingwood. Los Principios del Arte, p. 269.
[4] Kant, Emmanuel. Crítica de la Razón Pura, p. 260.
[5] Heidegger, M. El Ser y el Tiempo, p. 236.
[6] Ibid. p.239.
[7] Cfr. Heidegger, Martin. El origen de la obra de arte, p. 42.
[8] Gadamer. La actualidad de lo bello, p. 90.
[9] Con respecto a esto, podemos señalar las críticas que se han hecho a la afirmación de Heidegger de que los zapatos pertenezcan efectivamente a una campesina. Meyer Shapiro argumenta que los zapatos pertenecían al propio Van Gogh y que los pinto en el tiempo en que vivía en la ciudad. Derrida ahonda más en el asunto y señala que: “The truth of the presentation, in its being revealed, overloads the useless with value, causes it to increase in surplus-value by symbolical linking it up whit that to which it belongs. The latter, and here the difference is capital since it concerns the head of the subject, is not a subject who might be the owner, the holder, or the wearer of the shoes. It is not even any particular world, for example that of the peasant woman who is precisely only an example.” (Tomado de: Nicholas Huckle. On representation and essence. En The Journal of Aesthetics and Art Criticism, Volumen XLIII, Número 3, 1985.)   
[10] Heidegger. Op. cit. p. 63.
[11] Este concepto de desocultamiento, a decir de Gadamer fue un aportación fundamental de Heidegger: “él (Heidegger) nos ha enseñado lo que significa para la concepción del ser que la verdad tenga que ser arrebatada del estado de ocultación y encubrimiento. Ocultación y encubrimiento son correlativos. Las cosas se mantienen ocultas por naturaleza; <<la naturaleza tiende a ocultarse>>, parece que dijo Heráclito.” (Gadamer, H.G. Verdad y Método II, p. 53.
[12] Heidegger. Op.cit. p.72.
[13] Procede de la raíz indoeuropea bhû que en sánscrito significa nacer, producirse algo, brotar, o como sustantivo: lugar, estado. En este sentido puede traducirse por naturaleza -del latín nascor- que también significa nacer, generar) En su primera acepción, pues, la physis designa tanto el origen como el desarrollo de cualquier cosa o proceso. Especialmente éste es el sentido que adquiere en la primera filosofía presocrática, razón por la que Aristóteles les llama los físicos (refiriéndose a los jónicos, Empédocles, Anaxágoras y los atomistas, y excluyendo a los eleatas y los pitagóricos: Física, 184b 17). En cuanto que para los milesios la physis es la causa de todo movimiento y de toda vida, esta noción va unida a su hilozoísmo.( Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.)
[14] Heidegger. Op.cit. p. 88.
[15] Cfr. Ibid. p. 98.
[16] Ibid. p. 103.
[17] Ibid. p. 110.